LOS SANTOS OFICIOS DE HOY, VIERNES,
EN LA IGLESIA DE SAN LEÓN MAGNO SON A LAS 16.30 HORAS
Tiene su comienzo en la
tarde del Jueves Santo con la celebración de la «Misa vespertina de la Cena del
Señor» y se extiende hasta las vísperas del Domingo de Resurrección. Los días
del Triduo muestran facetas –momentos– de una misma y única Pascua de Cristo.
Sin embargo, los distintos avatares por los que ha pasado el año litúrgico y la
necesaria pedagogía de la liturgia han desplegado su riqueza en el espacio de
tres días y han desarrollado una contenida «dramatización ritual» que ayuda a
visualizar los misterios centrales de la fe cristiana y a reproducir los
necesarios sentimientos de adhesión al misterio que se celebra.
Aquella misma memorable
Cena
En la tarde del Jueves
Santo se presentan tres secuencias que, aunque distantes en el tiempo, están
condensadas en la última cena del Señor con sus apóstoles. El rito de la cena
pascual hebrea era memorial (recuerdo actual y actualizante) de la salvación
obrada por Dios en el éxodo. Aquella cena era un anuncio –«tipo»– de la nueva
instituida por Cristo precisamente en el contexto celebrativo de la antigua.
Sin embargo, el episodio del cenáculo no queda cerrado en sí mismo o en
referencia a un pasado salvador; se proyecta al futuro pues allí el Señor
anticipa ritualmente los sucesos del Calvario. Desde esta manera, el mismo
Cristo que entrega su cuerpo sacrificado por la salvación del mundo, entrega a
la Iglesia la prolongación en el tiempo de este sacrificio «hasta que vuelva».
El lavatorio de los pies,
históricamente no siempre realizado dentro de la Misa y a los fieles laicos,
reproduce, a su modo, la misma dinámica de entrega de Jesús en la cruz:
«dramatiza» su absoluto abajamiento y recuerda su «mandatum» de amor fraterno.
Hay que hacer notar que, en otras liturgias, este rito tiene sentido bautismal
pues representa la purificación con el agua del nuevo nacimiento.
La reserva y adoración del
Santísimo ha de ser concebida especialmente desde la perspectiva sacrificial de
la Eucaristía. Quien está en el sagrario es quien se entregó en la cruz y quien
sigue haciéndolo en cada celebración. Por eso, en los tiempos de oración
posteriores, se recomienda la meditación de los capítulos 13-17 de San Juan.
La muerte victoriosa del
Señor
La entrega de Cristo a la
voluntad del Padre que cumplió en toda su vida llega a su máxima expresión en
la cruz alcanzando la vida nueva para todos; esto es lo que se conmemora con la
impresionante «Celebración de la Pasión del Señor» cargada de emoción contenida
en la tarde del Viernes Santo. Todos los ritos de este día han de ser
contemplados desde la cruz y la pasión: pasión proclamada (las lecturas de la
palabra de Dios que llegan a su culmen en la pasión según San Juan), pasión
invocada (la solemne oración universal que manifiesta la universalidad de la
salvación), pasión adorada (adoración de la Santa Cruz), pasión comulgada
(Sagrada Comunión con el Cuerpo del Señor consagrado el Jueves Santo). Es el
día de la cruz por excelencia; ella es el leño nuevo que, en contraposición a
aquel del paraíso, es causa de salvación y derrota del mal, de modo que «donde
tuvo origen la muerte, de allí resurgiera la vida, y el que venció en un árbol,
fuera en un árbol vencido». Los cantos que señala el Misal ofrecen una maravillosa
meditación exaltando el signo e instrumento de la salvación y la pregunta
desgarrada y sin respuesta que Cristo dirige a los hombres desde la cruz:
«¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho, en qué te he ofendido? Respóndeme».
Un gran silencio envuelve la
tierra
El Sábado Santo es la
celebración del tiempo detenido, del silencio y de la espera. Es el día en que
la Iglesia entera contiene la respiración ante la contemplación de Cristo
depositado en el sepulcro. Este silencio es roto únicamente por la celebración
de la Liturgia de las Horas que muestra progresivamente el dolor de la Iglesia,
el descanso del Señor, su descenso al lugar de los muertos y la espera de la
victoria.
Triunfante se levanta
La celebración anual de la
Pascua comienza con la «Vigilia Pascual» una vez que ha llegado la noche; no se
trata del último acto del Sábado Santo, sino que es ya la celebración del
Domingo de Pascua. La Iglesia entera se reúne en oración prolongada durante la
noche en la espera de la resurrección del Señor, de ahí el carácter vigiliar
por el que se distingue esta celebración.
Su riqueza lírica, simbólica, ritual,
oracional y sacramental trata de mostrar y celebrar desde las más variadas
perspectivas el gran misterio de la Resurrección de Cristo presente en la vida
de los hombres: la luz que vence las tinieblas de la muerte (lucernario), la
unidad de toda la historia salvífica en Cristo y su misterio pascual (extensa
liturgia de la palabra), la pascua del cristiano por medio del bautismo y la
confirmación (liturgia bautismal) y, finalmente, la celebración de la
Eucaristía, momento culminante de la Vigilia, sacramento pascual por
excelencia, memorial de la muerte y resurrección del Señor, plenitud de la
Iniciación Cristiana, anticipo de la Pascua eterna. La Misa del día de Pascua
es continuación y prolongación diurna de los contenidos festejados en la gran
noche. El Triduo Pascual y la Semana Santa están llegando su fin, se abre ahora
un precioso espacio para meditar sobre la Pascua de Cristo y la Pascua de la
Iglesia.
Luis García Gutiérrez,
Director de Secretariado de
la Comisión Episcopal de Liturgia
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