El tiempo de cuaresma
concluye el Jueves Santo cuando comienza el Santo Triduo Pascual. Sin embargo, los
ocho días previos a la Pascua tienen unas connotaciones muy especiales en la
vida litúrgica y en la Piedad Popular de la Iglesia. Forman la unidad que
llamamos «Semana Santa»; condensando ésta la conclusión de la cuaresma y la
celebración de la pascua anual.
Los preámbulos del Triduo
Pascual
La Iglesia inicia la Semana
Santa con la solemne obertura del «Domingo de Ramos en la Pasión del Señor».
Solamente una mirada atenta a su nombre completo nos abre a la comprensión
plena del sentido de este día. Durante la Cuaresma hemos contemplado a Cristo
que tiene el firme propósito de subir a Jerusalén para cumplir su misión,
consciente de que allí llegará la pasión y la glorificación. Pues bien, ha
llegado el momento de entrar en la ciudad santa y accede a ella como Rey
humilde aclamado por todos. La bendición de ramos, la proclamación del
Evangelio y la ulterior procesión forman un conjunto ritual con el que la
Iglesia imita aquel acontecimiento. Los creyentes reproducen el estado de
euforia que tuvo lugar a las puertas de Jerusalén: «¡Gloria y honor al que
viene en el nombre del Señor!». El salmo 23 proyecta su luz sobre el
acontecimiento y, al mismo tiempo, adquiere su plena significación cuando es
comprendido desde esta entrada triunfal: «¡Portones!, alzad los dinteles, que
se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria».
Sin embargo, los creyentes
son conscientes de que aquellos hombres, con el mismo entusiasmo con que
gritaban vivas a Dios, días más tarde pedirán su condena; tal y como recuerda
el himno a Cristo Rey del canto para la procesión: «Ibas como el sol a un ocaso
de gloria; cantaban ya tu muerte al cantar tu victoria». Es ésta una nota bien
característica de este domingo: el compuesto de gloria y pasión que, de alguna
manera, anticipa lo que después desarrollará el Triduo Pascual. Esto puede
verificarse en la proclamación de las lecturas: tercer canto del siervo de
Yahveh (Is), himno paulino sobre el abajamiento del Señor (Flp), pasión de
nuestro Señor Jesucristo (Mt – Mc – Lc).
Tras el domingo de ramos,
los Evangelios de la Misa del Lunes, Martes y Miércoles Santo van mostrando los
acontecimientos que gestan y anuncian la pasión: unción en Betania, anuncio de
la traición de Judas, preparativos de la cena pascual y cumplimiento de la
traición; estos pasajes dan cumplimiento a los cánticos del Siervo de de Yahvé
que se proclaman en la primera lectura.
Una celebración especial
La «Misa Crismal»,
celebrada en la iglesia madre de la Diócesis y presidida por el Obispo, el gran
sacerdote de su grey junto con su presbiterio, ministros y fieles laicos, es
una celebración bien significativa en el contexto de la Semana Santa. En esta
Misa Estacional, de suyo vinculada al Jueves Santo, el Obispo bendice los óleos
de los catecúmenos y de los enfermos, consagra el crisma y los presbíteros
renuevan las promesas sacerdotales. Con esta preparación de los óleos que se
emplean en los sacramentos se expresa que su acción y poder brota de la Pascua
de Cristo. Por su parte, con la renovación de las promesas los presbíteros
recuerdan su unión a Cristo Sacerdote como colaboradores necesarios del Obispo
para presidir la celebración de los sacramentos.
Históricamente, el Jueves
Santo era también el día en el que se reconciliaban los penitentes que habían
realizado penitencia pública durante la Cuaresma con el fin de que pudieran
participar de las celebraciones pascuales. De aquella celebración no queda ninguna
huella en nuestra liturgia actual.
Luis García Gutiérrez,
Director de Secretariado de
la Comisión Episcopal de Liturgia
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