"Tenemos
un Padre que llora y se apiada de sus hijos", asegura el Papa

Las audiencias de este
agosto se celebran en esta sala para evitar el duro verano romano, y ofrecen
una estampa muy distinta a las acostumbradas en la plaza de San Pedro. Menos
gente, pero más ruidosa (los espacios cerrados multiplican el eco), y más
oportunidades para saludar, estrechar la mano, besar y acariciar para el Papa
Francisco. Y del público para aplaudir y, en ocasiones, interrumpir con aplausos,
risas y cuchicheos, para disgusto de alguno de los lectores.
"Yo soy el Alfa y
Omega, el principio y el fin", se lee en el pasaje de la liturgia, tomado
del Apocalipsis. En su alocución, Bergoglio recordó cómo "la esperanza
cristiana se basa en la fe en un Dios que siempre genera novedades en la vida
del hombre, en la historia, en el cosmos". Porque "nuestro Dios es el
Dios que crea novedad, porque es el Dios de las sorpresas".
Un Dios que nos pide evitar
caminar sin esperanza, "sin alzar los ojos al horizonte, como si todo
nuestro camino se acabara ahí, en el palmo de pocos metros de viaje, como si
nuestra vida no tuviera una meta, sino un eterno vagar.... Esto no es
cristiano".
¿Por qué? Porque "el
horizonte último del creyente es la Jerusalén celeste, que se nos muestra como
inmensa tienda donde Dios acogerá a todos los hombres para habitar eternamente
con Él. Esta es nuestra esperanza", señaló el Papa, quien aseguró que Dios
"usará una ternura infinita con nosotros, como un padre que acoge a los
hijos que llegan fatigados y que han sufrido". Y es que, como anuncia Juan
en el Apocalipsis, "Dios asumirá cada lágrima de cada ojo" y no
dejará que venzan el luto o la muerto.
"Probad a
meditar" este pasaje de la Escritura, pero no de manera abstracta, sino
como un crónica de nuestros días", pidió el Papa, quien volvió a recordar
a las víctimas de Barcelona y del Congo, representadas en algunos de los
asistentes en el aula, con quienes pudo conversar brevemente en el camino hacia
el estrado.

"Dios nos creó para
que fuéramos felices. Es nuestro padre, y si ahora experimentamos una vida que
no era la que queríamos para nosotros, él nos garantiza que está trabajando
para rescatarnos" señaló el Papa. "La muerte, el odio, no son las
últimas palabras. Ser cristiano implica una nueva perspectiva, llena de
esperanza".
"La vida tiene
sentido, en el horizonte del hombre hay un sol que ilumina para siempre",
constató, aseverando que "los cristianos somos más gente de primavera que
de otoño", e invitando a los presentes a preguntarse si "¿Yo soy un
hombre, una mujer, un chico/a de primavera o de otoño? ¿Mi alma está en
primavera o en otoño? Que cada uno se responda...".
La respuesta es clara:
"Sabemos que Dios nos hizo herederos de una promesa, y cultivadores de
sueños". "No olvidéis la petición: ¿Soy una persona de otoño o de
primavera? ¿Espero las flores, el fruto, el sol que es Jesús, o de otoño, que
siempre estás con la cara (hacia abajo), mirando hacia abajo, de pepinillos
avinagrados...?".
"La Creación no se
acabó en el sexto día del Génesis, continúa porque Dios siempre se ha
preocupado de nosotros", concluyó el Papa, quien insistió en que "La
esperanza nos lleva a creer con firmeza que la muerte y el odio no tienen la
última palabra sobre la vida humana. Que el mal al final será eliminado como la
cizaña del campo. Y, sobre todo, nos da a Jesucristo que nos acompaña y
consuela en nuestro camino".
"Será bello descubrir
en ese instante que nunca hemos andado perdidos. Ni una lágrima, nada se ha
perdido. Ninguna sonrisa y ninguna lágrima".
Texto completo de la
catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y
hermanas, ¡buenos días!

No es cristiano caminar con
la mirada dirigida hacia abajo - como hacen los cerdos: siempre van así - sin
levantar los ojos al horizonte. Como si todo nuestro camino se terminara aquí,
en la palma de pocos metros de viaje; como si en nuestra vida no existiera
ninguna meta y ningún fin, y nosotros estuviéramos obligados a un eterno errar,
sin ninguna razón para nuestras tantas fatigas. Esto no es cristiano.
Las páginas finales de la
Biblia nos muestran el horizonte último del camino del creyente: la Jerusalén
del Cielo, la Jerusalén celestial. Esta es imaginada sobre todo como una
inmensa carpa, donde Dios acogerá a todos los hombres para habitar
definitivamente con ellos (Ap 21,3). Y esta es nuestra esperanza. Y ¿Qué cosa
hará Dios, cuando finalmente estaremos con Él? Usará una ternura infinita en
relación a nosotros, como un padre que acoge a sus hijos que han largamente
fatigado y sufrido. Profetiza Juan en el Apocalipsis, profetiza: «Esta es la
morada de Dios entre los hombres [...] - ¿qué cosa hará Dios? - Él secará todas
sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo
lo de antes pasó [...] Yo hago nuevas todas las cosas» (21, 3-5). El Dios de la
novedad.
Intenten meditar este
pasaje de la Sagrada Escritura no en modo abstracto, sino después de haber
leído una crónica de nuestros días, después de haber visto la televisión o la
portada de un diario, donde existen tragedias, donde se reportan noticias
tristes a las cuales todos corremos el riesgo de acostumbrarnos. Y he saludado
a algunos de Barcelona: cuantas noticias tristes de ahí. He saludado a algunos
del Congo, y cuantas noticias tristes de allá. Y tantas otras. Sólo para
nombrar dos de ustedes, que están aquí. Intenten pensar en los rostros de los
niños aterrorizados por la guerra, al llanto de las madres, a los sueños rotos
de tantos jóvenes, a las penurias de tantos prófugos que afrontan viajes
terribles, y son explotados tantas veces... La vida lamentablemente es también
esto. Algunas veces se podría decir que es sobre todo esto.
Puede ser. Pero existe un
Padre que llora con nosotros; existe un Padre que llora lágrimas de infinita
piedad en relación de sus hijos. Nosotros tenemos un Padre que sabe llorar, que
llora con nosotros. Un Padre que nos espera para consolarnos, porque conoce
nuestros sufrimientos y ha preparado para nosotros un futuro diferente. Esta es
la gran visión de la esperanza cristiana, que se dilata todos los días de
nuestra existencia, y nos quiere consolar.
Dios no ha querido nuestras
vidas por equivocación, obligando a Sí mismo y a nosotros a duras noches de
angustia. En cambio, nos ha creado porque nos quiere felices. Es nuestro Padre,
y si nosotros aquí, ahora, experimentamos una vida que no es aquella que Él ha
querido para nosotros, Jesús nos garantiza que Dios mismo está obrando su
rescate. Él trabaja para rescatarnos.
Nosotros creemos y sabemos
que la muerte y el odio no son las últimas palabras pronunciadas en la parábola
de la existencia humana. Ser cristiano implica una nueva perspectiva: una
mirada llena de esperanza. Alguno cree que la vida contiene todas sus
felicidades en la juventud y en el pasado, y que el vivir sea un lento
decaimiento. Otros aún piensan que nuestras alegrías sean sólo ocasionales y
pasajeras, y en la vida de los hombres está escrito el sin sentido. Aquellos
que ante tantas calamidades dicen: "Pero la vida no tiene sentido. Nuestro
camino es sin sentido". Pero nosotros los cristianos no creemos en esto.
En cambio, creemos que en el horizonte del hombre existe un sol que ilumina por
siempre. Creemos que nuestros días más bellos deben todavía llegar. Somos gente
más de primavera que de otoño. Me gustaría preguntarles, ahora - cada uno
responda en su corazón, en silencio, pero responda -: ¿yo soy un hombre, una mujer,
un joven, una joven, de primavera o de otoño? ¿Mi alma es de primavera o de
otoño? Cada uno responda. Entrevemos los gérmenes de un mundo nuevo en vez de
las hojas amarillentas sobre sus ramas. No nos quedamos en nostalgias,
añoranzas y lamentos: sabemos que Dios nos quiere herederos de una promesa e
incansables cultivadores de sueños. No se olvide de esta pregunta: ¿Yo soy una
persona de primavera o de otoño? De primavera, que espera la flor, que espera
el fruto, que espera el sol que es Jesús; o de otoño, que está siempre con la
mirada hacia abajo, amargado, y como a veces he dicho, con la cara de ajíes al
vinagre, ¿no?
El cristiano sabe que el
Reino de Dios, su Señoría de amor está creciendo como un gran campo de trigo, a
pesar de que en medio esta la cizaña. Siempre existen problemas, existen las
habladurías, existen las guerras, existen las enfermedades... existen los
problemas. Pero el trigo crece, y al final el mal será eliminado. El futuro no
nos pertenece, pero sabemos que Jesucristo es la más grande gracia de la vida:
es el abrazo de Dios que nos espera al final, pero que ya desde ahora nos
acompaña y nos consuela en el camino. Él nos conduce a la gran
"morada" de Dios entre los hombres (Cfr. Ap. 21,3), con tantos otros
hermanos y hermanas, y llevaremos a Dios el recuerdo de los días vividos aquí
abajo. Y será bello descubrir en ese instante que nada ha sido perdido, nada,
ni siquiera una lágrima: nada ha sido perdido; ninguna sonrisa, ni ninguna
lágrima. Por cuanto nuestra vida haya sido larga, nos parecerá de haber vivido
en un momento. Y que la creación no se ha quedado en el sexto día del Génesis,
la creación no ha terminado el sexto día, sino ha proseguido incansablemente,
porque Dios siempre se ha preocupado por nosotros. Hasta el día en el que todo
se cumplirá, la mañana en la cual se terminaran las lágrimas, el instante mismo
en el cual Dios pronunciará su última palabra de bendición: «Yo hago nuevas
todas las cosas» (v. 5). Si, nuestro Padre es el Dios de la novedad y el Dios
de las sorpresas. Y aquel día nosotros seremos verdaderamente felices, y
¿lloraremos?, sí, pero lloraremos de alegría. Gracias
Saludo del Papa en español:
Queridos hermanos:

La Biblia nos muestra que
el camino del creyente tiene una meta y un sentido. Es la Jerusalén del Cielo,
donde Dios nos espera lleno de ternura para enjugar nuestras lágrimas y darnos
descanso en nuestras luchas y fatigas. Frente a tanto sufrimiento en el mundo,
a tantos niños que sufren por la guerra, al llanto de las madres, a los sueños
rotos de tantos jóvenes, a las penurias de tantos refugiados, la esperanza
cristiana nos asegura que tenemos un Padre que llora y se apiada de sus hijos,
que nos espera para consolarnos, porque conoce nuestros sufrimientos y ha
preparado para nosotros un futuro distinto.
La esperanza nos lleva a
creer con firmeza que la muerte y el odio no tienen la última palabra sobre la
vida humana. Que el mal al final será eliminado como la cizaña del campo. Y,
sobre todo, nos da a Jesucristo que nos acompaña y consuela en nuestro camino.
***
Saludo cordialmente a los
peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de
España y América Latina. Por intercesión de santa Rosa de Lima, cuya fiesta celebramos
hoy, pidamos a la Virgen María que aun en medio de las dificultades y
oscuridades de la vida mantengamos encendida la luz de la esperanza, la certeza
de que Dios es nuestro Padre y nunca nos abandona. Que el Señor los bendiga.
Muchas gracias.
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