
Existen
noticias de que en la Galia, el doctor de la Iglesia Hilario de Poitiers (siglo
IV) invitó a los fieles a prepararse para el Adviento del Señor con tres
semanas de prácticas ascéticas y penitenciales. Ya en el siglo V se practicó
como tiempo de preparación para la Navidad la cuaresma de San Martín, así
llamada por iniciarse el 11 de noviembre, en la festividad de san Martín de
Tours (Patrología Latina 71: 566). En el mismo siglo aparece la asociación del
tiempo de preparación para la Navidad con notas de índole social, vinculando
este período con la práctica del amor al prójimo, con énfasis en los
peregrinos, viudas y pobres:

Hay
evidencias de que en la liturgia de la Iglesia de Roma existía a mediados del
siglo VI un tiempo preparativo similar, pero este preludio de la Navidad
carecía de elementos ascéticos tales como el ayuno, y se centraba mucho más en
la alegre espera de la celebración del nacimiento de Jesucristo como anticipo
de la vuelta del Señor glorioso al fin de los tiempos. Se hipotetiza que el
papa Siricio (334-399) pudo instaurar el Adviento. La expresión latina
‘adventus Domini’ («venida del Señor») se encuentra en el Sacramentario
gelasiano (Sacramentarium Gelasianum), que hace referencia al Adviento como un
tiempo de seis semanas preparatorio de la Navidad. Las seis semanas de duración
todavía perduran en el rito ambrosiano. Posteriormente se observaron algunas
oscilaciones (cinco semanas) hasta que el papa Gregorio Magno propuso para el
Adviento una extensión de cuatro semanas, duración que finalmente prevaleció.
Los símbolos:
1.- El desierto, el ámbito donde clama la voz
del Señor a la conversión, donde mejor escuchar sus designios, el lugar
inhóspito que se convertirá en vergel, que florecerá como la flor del narciso.
3.- La colina,
símbolo del orgullo, la prepotencia, la vanidad y la “grandeza” de nuestros
cálculos y categorías humanas, que son precisos abajar para la llegada del
Señor.
4.- El valle,
símbolo de nuestro esfuerzo por elevar la esperanza y mantener siempre la
confianza en el Señor. ¡Qué los valles se levanten para que puedan contemplar
al Señor!
5.- El renuevo, el
vástago, que florecerá de su raíz y sobre el que se posará el Espíritu del
Señor.
6.- La pradera,
donde habitarán y pacerán el lobo con el cordero, la pantera con el cabrito, el
novillo y león, mientras los pastoreará un muchacho pequeño.

8.- El gozo,
sentimiento hondo de alegría, el gozo por el Señor que viene, por el Dios que
se acerca. El gozo de salvarnos salvados. El gozo “porque la vara del opresor,
el yugo de su carga, el bastón de su hombro” son quebrantados como en el día de
Madían; el gozo y la alegría “como gozan al segar, como se alegran al
repartirse el botín”.

10.- La paz, la
paz que es el don de los dones del Señor, la plenitud de las promesas y
profecías mesiánicas, el anuncio y certeza de que Quien viene es el Príncipe de
la paz, el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. “De las
espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas”. “¡Qué en sus días florezca
la justicia y la paz abunde eternamente!”
Todos estos lugares, todos estos símbolos, conducirán, como un
peregrinar, al pesebre de Belén, la gran realidad y la gran metáfora del
adviento.
Los personajes
Cuatro son los grandes personajes del adviento en espera, en
preparación y anuncio del Dios que llega, del Señor que se acerca. El primero
de ellos es el profeta Isaías.
En el Nuevo Testamento destacan María
de Nazaret y su esposo José,
y Juan el Bautista,
auténtico prototipo del adviento.
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