
Comencemos nuestro
comentario por las últimas palabras de esta frase: no había sitio para ellos en
la posada. La reflexión creyente sobre estas palabras ha encontrado en esta
indicación un paralelismo interior con las palabras, llenas de profundidad, del prólogo de Juan: «Vino a su casa, y los
suyos no lo recibieron» ( Jn 1,11). Para el Salvador del mundo, para aquel en
vista del cual todo fue creado (cf. Col 1,16), no hay lugar. «Las zorras tienen
madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde
reclinar la cabeza» (Mt 8,20). El que fue crucificado fuera de la ciudad (cf.
Heb 13,12) vino al mundo también fuera de la ciudad.
Esto quiere hacernos
reflexionar, quiere señalarnos la inversión de los valores que reside en la
figura de Jesucristo, en su mensaje.

María envolvió al niño en
pañales. Sin sentimentalismo alguno podemos imaginarnos con cuánto amor esperó
María su hora y preparó el nacimiento de su hijo. La tradición de los iconos
interpretó también teológicamente el pesebre y los pañales partiendo de la
teología de los Padres. El niño, rígido en su envoltura de pañales, aparece
como una referencia anticipada a la hora de su muerte: desde el comienzo, él es
el Ofrendado, como veremos todavía con más detalle al reflexionar sobre la
frase acerca del primogénito. De ese
modo, se daba al pesebre la forma de una especie de altar.
Agustín interpretó el
significado del pesebre con un pensamiento que parece primero casi
inconveniente, pero que, considerado más atentamente, contiene una profunda
verdad. El pesebre es el lugar en que los animales encuentran su alimento.
Ahora bien, en el pesebre yace aquel que se ha designado a sí mismo como el
verdadero pan bajado del cielo, como el verdadero alimento que necesita el
hombre para su existencia humana. Es el alimento que regala al hombre la vida
verdadera, la vida eterna. El pesebre se convierte así en referencia a la mesa
de Dios a la que está invitado el hombre para recibir el pan de Dios. En la
pobreza del nacimiento de Jesús se perfila el gran marco en el que se realiza
misteriosamente la salvación del hombre.
Como hemos dicho, el
pesebre hace referencia a animales, para los cuales es el lugar en que se
alimentan. En el Evangelio no se habla de animales. Pero la meditación
creyente, en su lectura conjunta del Antiguo y del Nuevo Testamento, llenó ya
muy temprano este vacío remitiendo a Is 1,3: «El buey conoce a su amo, y el
asno el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende».

En la curiosa asociación de
Is 1,3, Hab 3,2, Éx 25,18-20 y el pesebre aparecen ahora los dos animales como
representación de la humanidad carente de entendimiento que, frente al niño,
frente a la humilde aparición de Dios en el establo, alcanza el conocimiento y,
en la pobreza de ese nacimiento, recibe la epifanía que ahora enseña a todos a
ver. La iconografía cristiana recogió ya tempranamente este motivo. Ninguna
representación del pesebre renunciará al buey y al asno.
“Jesús de Nazaret”, de Jospeh RATZINGER (BAC)
Preludio. Los relatos de
infancia (El nacimiento de Jesús)
No hay comentarios:
Publicar un comentario