Todas las personas capaces
de amor, los operadores de paz que hasta entonces habían terminado en los
márgenes de la historia, son, en cambio, los constructores del Reino de Dios.
Es como si Jesús dijera: adelante vosotros, que lleváis en el corazón el
misterio de un Dios que ha revelado su omnipotencia en el amor y en el perdón.
… Dice Jesús: «Pues yo os
digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis
hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y
llover sobre justos e injustos» (Mateo 5, 44-45)
He aquí el gran secreto que
está en la base de todo el discurso de la montaña: sed hijos del Padre vuestro
que está en los cielos.
…El cristiano no es alguien
que se compromete a ser mejor que los demás: sabe que es pecador como todos. El
cristiano sencillamente es el hombre que descansa frente al nuevo Arbusto
Ardiente, a la revelación de un Dios que no lleva el enigma de un nombre
impronunciable, sino que pide a sus hijos que lo invoquen con el nombre de
«Padre», que se dejen renovar por su poder y que reflejen un rayo de su bondad
para este mundo tan sediento de bien, así en espera de buenas noticias.
… La oración cristiana, en
cambio, no tiene otro testigo más creíble que la propia conciencia, donde se
entrecruza, intenso, un diálogo continuo con el Padre: «Cuando vayas a orar,
entra en tu aposento y después de cerrar la puerta, ora a tu padre, que está
allí en lo secreto» (Mateo 6, 6).
… La oración se hace desde
el corazón, desde dentro. Tú, en cambio —dice Jesús— cuando reces, dirígete a
Dios como un hijo a su padre, que sabe lo que necesita antes de pedírselo
(Mateo 6, 8). Podría ser también una oración silenciosa, el «Padre nuestro»: en
el fondo basta con ponerse bajo la mirada de Dios, acordarse de su amor de
Padre y esto es suficiente para ser realizable.
Papa Francisco
Catequesis del Padre
nuestro – 2 de enero 2019
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