Casi ochenta chavales de 4º
de ESO, 1º y 2º de BAC, que van a Religión, del IES Vega del Turia, y varios
profesores, me invitaron a ir con ellos al Musical “33” de Toño Casado, en
Madrid. Había tenido ya la oportunidad de haber estado en el estreno, pero
quería escribir estas líneas después de participar con estos chicos y chicas y
después de ver por segunda vez el espectáculo.
En mi memoria están otros
musicales del estilo: El diluvio que viene, Jesucristo Superstar, Godspell,… en
todos he disfrutado. En el primero el protagonista es el Arca, en el segundo
Judas, y en el tercero la comunidad hippie. En “33”, la protagonista es la
ciudad de Jerusalén, bulliciosa, espectacular, comercial, e inhumana, en esos
espacios y personas que habitan a sus espaldas.
El musical es trepidante,
no te deja respirar, y la mirada vuela entre la profundidad de la escena y el
proscenio, sin margen para el descanso por la necesidad de no perder ni un
guiño de lo que se te ofrece. Cuando miraba de reojo a un lado y al otro de mi
fila, veía a los estudiantes ensimismados mirando fijamente, sin perder
detalle.
El elenco de actores es muy
bueno: cantan, danzan, llenan el escenario, aunque sea una sola persona la que
interpreta. Soberbias las actuaciones de la “trinidad diabólica”, no podía ser
de otro modo, tratándose de ellos. El “coro de los apóstoles” se hace
cercanamente humanos, como realmente eran, las columnas robustas de la iglesia
en zapatillas. Y “las apóstolas”, que fueron muchas y entregadas a la misión de
Jesús, en el tiempo en que la mujer no era tenida en cuenta.
Y la prepotencia tanguera
de “los sacerdotes” tan poco comprensivos y manipuladores, viviendo del negocio
de la “religión oficial”, donde ellos solo creen poseer el muy exclusivo
contacto con Dios.
La crítica sigue siendo
crudamente actual. Y Jesús, sencillamente se deja querer por la naturalidad que
expresa, por la fuerza de su personalidad y su arrollante humanidad. La primera escena de María su madre, en una
cocina de los años 80, con máquina de coser incluida (por cierto, la de la
madre de Toño Casado) es una escena de gran intimidad. Mientras le prepara la
mochila porque se va a predicar el Reino, ella recorre toda la infancia de
Jesús, y la vida familiar: sin estrellas y sin manto azul cielo, todo muy
natural, como la vida misma, incluidas las sopas de ajo.
Jerusalén, esa gran tela de
araña que todo lo absorbe, que todo lo manipula, que todo lo negocia, es
nuestro mundo, nuestra sociedad y cada uno de nosotros puede elegir su
personaje, aquel con el que se identifica. En el centro de la tela de araña, la
última cena, como onda expansiva: el secreto de la vida es el Amor, la entrega
de la vida, el amor efectivo.
Termina el musical gritando
que nos amemos, que el amor nos salvará. Los jóvenes al salir hablaban de
Jesús, se hacían lenguas de lo que habían visto y oído. Tenían esponjado el
corazón, como aquellos de Emaús. Misión cumplida. Diga 33 y en alto, vale la
pena.
¡Ánimo y adelante!
Antonio Gómez
Cantero

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