
La
Virgen fue la primera que abrió su alma para acoger a Dios que se le dio en su
Palabra (cf. Lc 1, 26-35). Ella vivía en una constante actitud de escucha.
Estaba, como la mayoría de las mujeres de su tiempo, a la espera del Mesías con
un corazón abierto a recibirlo. El Evangelio que más nos ayuda a aprender de
María a acoger la Palabra de Dios es el de la anunciación. Nos dice el texto
que el ángel le invita a la alegría porque esta llena de gracia. Nosotros en
nuestra vida de oración también estamos llenos de la presencia de Dios; llenos
de gracia. Esa debe ser nuestra alegría. Por lo que, aprender de María a escuchar
a Palabra de Dios es aprender de ella también a vivir en la alegría de los
hijos de Dios. A pronunciar con gozo el Magníficat (Lc 1, 46-55) porque el
Señor se ha fijado en nosotros para hacer en nosotros su morada. Claramente que
el texto de la anunciación habla de un cierto temor “¿Cómo será esto posible,
si no conozco varón?” (Lc 1, 34). Pero es un temor invadido por la certeza del
autor del mensaje. Dios es el que se comunica con ella y esa es su paz. También
a nosotros, en la Palabra, es Dios que se nos esta manifestando. Por lo tanto,
esta es nuestra seguridad. Aunque a veces no entendamos el mensaje de Dios y
pensemos en nuestro corazón ¿Cómo va a ser esto? Adoptemos las actitudes de
abandono y de confianza en María y respondamos como ella: “He aquí la esclava
del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38).
Oración:
Virgen
María, toma mi mano y llévame a Jesús. Quiero seguir tus huellas, pronunciar
tus palabras, tener tus mismas actitudes, amar con tu corazón. Condúceme por el
camino que ya has recorrido. Jesús te ha querido hacer mi Madre para que me
enseñes a ir a Él. Nunca dejes de ser la Madre que en lo oculto busca mi bien y lo
alcanza de su Hijo. Quédate conmigo, Madre mía, que en ti me siento seguro.
Amén
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