También hoy de manera
sinfónica todas las Santas Iglesias de oriente y de occidente celebran al Señor
glorificado en el Espíritu Santo para la gloria del Padre en la solemnidad de
la Asunción gloriosa de la siempre bienaventurada Virgen.

En sustancia celebran el
mismo misterio: la glorificación de la Virgen como esperanza de la
glorificación de toda la Iglesia en
Cristo.
María fue asimilada total y
para siempre a la gloria del Señor Resucitado.
La que concibió el Verbo de
Dios por obra del Espíritu Santo ha sido asunta a la gloria del Hijo en el
Espíritu Santo en su condición maternal y virginal, cuerpo y alma.
Realmente es una fiesta
mayor.
La celebración de los
santos Misterios y de la Liturgia de las Horas ofrece un riquísimo tesoro
litúrgico, de una extraordinaria profundidad. Celebremos con gozo la Asunción
de la Virgen.
Complace transcribir el n.
69 de la Lumen Gentium: "Es motivo de gran gozo y consuelo para este santo
Concilio el que también entre los hermanos separados no falten quienes tributan
el debido honor a la Madre del Señor y Salvador, especialmente entre los
Orientales, que concurren con impulso ferviente y ánimo devoto al culto de
siempre Virgen Madre de Dios. Ofrezcan todos los fieles súplicas apremiantes a
la Madre de Dios y Madre de los hombres para que ella, que ayudó con sus
oraciones a la Iglesia naciente, también ahora, ensalzada en el cielo por
encima de todos los ángeles y bienaventurados, interceda en la comunión de
todos los santos ante su Hijo, hasta que todas las familias de los pueblos,
tanto los que se honran con el título de cristianos como los que todavía
desconocen a su Salvador, lleguen a reunirse felizmente, en paz y concordia, en
un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e indivisible Trinidad».
De la mistagogía de los
Padres:
"Queriendo crear una
imagen de la belleza absoluta y manifestar claramente a los ángeles y a los
hombres la potencia de su arte, Dios ha hecho a María totalmente bella. Ha
reunido en ella las bellezas parciales que ha distribuido a las otras criaturas
y la ha constituido como el común ornamento de todos los seres visibles e
invisibles; o mejor, ha hecho de ella como una plenitud de todas las
perfecciones divinas, angélicas y humanas, una belleza sublime que embellece
los dos mundos, elevándola de la tierra hasta el cielo y sobrepasando incluso
este último».
San
Gregorio Palamás (1296-1359)
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