de
las sendas de Dios en la tierra.
Porque,
de entre todo, tu corazón lo ofreciste como regalo mejor
a
Aquel que, en una mañana de Nazaret, te lo pidió.
¡TE
SUBEN, MADRE!
De
este lugar, donde a Jesús nos diste,
para
que Tú ahora lo abraces, lo contemples y por nosotros reces.
De
este lugar, donde tu silencio fue palabra,
tu
sencillez la mejor lección
tu
pobreza, tu mejor riqueza
tu
beldad, la vida interna y externa sin tacha
¡TE
SUBEN, MADRE!
Porque,
flor como Tú, no puede marchitarse debajo de la tierra
porque,
Dios, te arranca para que sigas floreciendo en el cielo
porque,
Cristo, te espera con los brazos abiertos,
tan
apartados como los que Tú le ofreciste en la noche de Belén.
¡TE
SUBEN, MADRE!
Para
darte gloria y honor, y los ángeles felicitarte
Para
ensalzar y cantar tus proezas
Para
que, tu cuerpo y tu alma, estén junto al Creador
¡TE
SUBEN, MADRE!
Por
las veces en que Tú bajaste al valle de nuestras lágrimas
Por
los momentos que compartiste de nuestra cruz
Por
los instantes en los que dijiste “sí”
Por
los momentos de prueba e incertidumbre
Por
todo eso, Madre, y por tu fe
¡TE
SUBEN, AL CIELO!
No
dejes, desde la otra orilla, de acompañar a tu pueblo
De
enviarnos destellos de tu Nueva Morada
De
iluminar nuestra fe por tu intercesión ante Dios
De
hacer más grande nuestra vida con tu presencia alentadora
Haz,
oh Madre, desde esa nueva realidad que Tú vives
que
también nosotros un día podamos contemplar y vivir
cerca
de Aquel que hoy te asciende, te abraza y se goza contigo: DIOS.
Javier Leoz

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