En los tres ciclos, el III Domingo de Pascua se proclama una
aparición de Cristo Resucitado a los discípulos.
El
Evangelio parte del retorno de los discípulos de Emaús y de su llegada a
Jerusalén, donde está la comunidad reunida.
Allí
el Señor se presenta con el don de la paz.
Una
paz que el Señor nos regaló, que nos pertenece y nada ni nadie nos puede
quitar.
"Les
mostró las manos y los pies", es decir, se manifiesta visiblemente en la
identidad de su humanidad.
"Les
mostró las manos", abriendo los brazos, para recordar su posición en la
Cruz.
Surge
la expresión "Al tercer día" que pasará al Credo apostólico más
primitivo.
Son
los tres días: el primero, el de su muerte; el segundo, el de su sepultura; el
tercero, el de su Resurrección y entrega del Espíritu.
En
la primera lectura, Pedro proclama el kerigma y Juan, en la segunda
lectura, anuncia que la muerte de Cristo es redentora.
En
el Salmo, la Iglesia-esposa canta: "Haz brillar sobre nosotros, la luz de
tu rostro, Señor".
Es
la luz gloriosa que resplandece en el rostro de Cristo Resucitado.
En
este Domingo el Señor Resucitado abraza a su Iglesia con las marcas de su amor,
así Él nos ha amado.
La
Presencia entregada del Señor se recibe "hoy" en la comunidad, en la
Palabra, en los Sagrados Misterios y en la comunión con los hermanos.
En
la colecta la Iglesia se siente renovada y rejuvenecida por la Pascua, y en la
antífona de entrada se canta el Salmo 65, uno de los "Salmos pascuales de
la tradición": es toda la tierra que debe aclamar al Señor.
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