El Domingo dentro de la octava de Navidad se celebra la fiesta de la Sagrada Familia: Jesús, María y José.
En la antífona de comunión se canta: "Nuestro Dios se apareció en el mundo y vivió en medio de los hombres".
Cada Domingo, alrededor de la mesa de la Palabra y de la Eucaristía, la gran familia de los hijos e hijas de Dios es convocada para reci bir la gracia del Señor Resucitado.
Y en obediencia al Señor, promueve y cultiva la cultura del amor y de la vida.
Amor y Jornada de la Sagrada Familia vida que el Señor nos ha manifestado en su nacimiento, ya que la Vida se nos ha manifestado (1Jn 1,2).
Tenemos que ver a las familias como Iglesia doméstica en la que poner en práctica aquel modelo de amor oblativo de sí mismo que asimilamos en la Eucaristía.
De este modo, to das las familias cristianas se abren hacia afuera para formar parte de la nueva y más amplia familia de Jesús: "El que cum ple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre" (Mc 3, 35).
Misa: 1 Sam 1, 20-22. 24-28; Sal 83, 2-3. 5-6. 9-10; 1 Jn 3, 1-2. 21-24; Lc 2, 41-52
Los grandes personajes femeninos del Antiguo Testamento representan una tipología de la Madre de Dios.
Ana entrega su hijo Samuel al Señor.
Un hijo que, por otra parte, le había sido dado a pesar de su esterilidad.
Así se lee en la primera lectura.
También la Virgen María debe aprender, junto con José, que el Niño que les ha sido confiado no les pertenece, pertenece al Padre: ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?
Los hijos no son para los padres: deben crecer, son para la vida, para los demás, para el Señor.
Quedan siempre en el corazón de los padres, como María que "conservaba todo esto en su corazón" y en un amor que permanece para siem pre.
Se van de la casa paterna, pero no se van nunca de su corazón.
Eso sucedió en la familia de Nazaret.
Sin embargo, el Hijo de Dios en los silencios de Nazaret aprendió junto a sus padres terrenos la obediencia al Padre de los cielos.
Allí creció robusto para la misión que el Padre le había encomendado y recibió en su humanidad la plenitud de los dones del Espíritu Santo, sabiduría y gracia.
En la segunda lectura el apóstol Juan resume perfectamente el mandamiento de Dios: que creamos en el Señor Jesús y nos amemos unos a otros como expresión de nuestra condición de hijos de Dios, una condición que ya es una realidad, "pues ¡lo somos!", pero que todavía no se ha manifestado.
Ser llamados hijos de Dios porque realmente lo somos es su don más grande.
En el Salmo se canta la felicidad de los que viven en la casa del amor del Padre: "Dichosos los que viven en tu casa, Señor".
No hay comentarios:
Publicar un comentario