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domingo, 29 de diciembre de 2024

SAGRADA FAMILIA


 

El Domingo dentro de la octava de Navidad se celebra la fiesta de la Sagrada Familia: Jesús, María y José.

En la  antífona de comunión se canta: "Nuestro     Dios se apareció en el mundo y vivió en     medio de los hombres".

Cada Domingo, alrededor de la mesa de la Palabra y de  la Eucaristía, la gran familia de los hijos  e hijas de Dios es convocada para reci bir la gracia del Señor Resucitado.

Y en  obediencia al Señor, promueve y cultiva   la cultura del amor y de la vida.

Amor y Jornada de la Sagrada Familia vida que el Señor nos ha manifestado en     su nacimiento, ya que la Vida se nos ha  manifestado (1Jn 1,2).

Tenemos que ver  a las familias como Iglesia doméstica en     la que poner en práctica aquel modelo de amor oblativo de  mismo que asimilamos en la Eucaristía.

De este modo, to das las familias cristianas se abren hacia  afuera para formar parte de la nueva y más amplia familia de Jesús: "El que cum ple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre" (Mc 3, 35).

 

Misa: 1 Sam 1, 20-22. 24-28; Sal 83, 2-3. 5-6. 9-10; 1 Jn 3, 1-2. 21-24; Lc 2, 41-52

 

Los grandes personajes femeninos del Antiguo Testamento representan una tipología de la Madre de Dios.

Ana    entrega su hijo Samuel al Señor.

Un hijo   que, por otra parte, le había sido dado    a pesar de su esterilidad.

Así se lee en la  primera lectura.

También la Virgen María debe aprender, junto con José, que el  Niño que les ha sido confiado no les pertenece, pertenece al Padre: ¿No sabíais  que yo debía estar en las cosas de mi    Padre?

Los hijos no son para los padres: deben crecer, son para la vida, para los  demás, para el Señor.

Quedan siempre en el corazón de los padres, como María que "conservaba todo esto en su corazón" y en un amor que permanece para siem pre.

Se van de la casa paterna, pero no       se van nunca de su corazón.

Eso sucedió  en la familia de Nazaret.

Sin embargo, el Hijo de Dios en los silencios de Nazaret  aprendió junto a sus padres terrenos la obediencia al Padre de los cielos.

Allí creció robusto para la misión que el Padre le había encomendado y recibió en su humanidad la plenitud de los dones del      Espíritu Santo,  sabiduría y gracia.

En la segunda lectura el apóstol Juan resume perfectamente el mandamiento  de Dios: que creamos en el Señor Jesús y nos amemos unos a otros como expresión de nuestra condición de hijos de  Dios, una condición que ya es una realidad, "pues ¡lo somos!", pero que todavía no se ha manifestado.

Ser llamados hijos de Dios porque realmente lo somos es su  don más grande.

En el Salmo se canta la  felicidad de los que viven en la casa del  amor del Padre: "Dichosos los que viven en tu casa, Señor".

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