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domingo, 5 de enero de 2025

EL DOGMA DE LA FE

 

El Domingo antes de la Epifanía es   doxológico y contemplativo.

Es una "confessio fidei" en el misterio de la Encarnación del Verbo, en el "misterioso consorcio" (San León Magno).

La Palabra  de Dios que se proclama en la Misa y    en el Oficio manifiesta la perfecta solidaridad y la trascendencia salvífica del    acontecimiento que tiene como consecuencia la filiación divina, garantizada  a manera de adopción en virtud de la "plenitud de gracia" que se nos da en       el Señor.

La Liturgia de este Domingo proclama, confiesa y celebra el dogma fundamental de la fe.

La Navidad litúrgica trasciende el hecho  de la Navidad histórica.

En los acontecimientos salvíficos de Belén faltó la Eucaristía, que da plenitud y profundidad al  misterio: ella prolonga la Encarnación, la realiza, y nos injerta a Cristo en este      mundo y en la eternidad.

Este es el don  más grande: el nacimiento de Cristo se convierte en nuestro nacimiento.

El misterio de la Vida divina, surgido de Cristo, el Hombre-Dios, se comunica a través de   la participación, no sólo por la fe, sino también por la gracia, a todos los que la  habrán recibido.

En Él la humanidad se convierte en fraternidad (cf. Rom 8,29).

 

 

Misa: Eclo 24, 1-2. 8-12; Sal 147, 12-13. 14-15. 19-20; Ef 1, 3-6. 15-18; Jn 1, 1-18;

(forma breve: Jn 1, 1-5. 9-14)

 

SASin lugar a duda, la sabiduría de "Dios      que hace su propia alabanza" es Cristo mismo, la sabiduría del Padre, primera  lectura.

El "pueblo glorioso" donde ha arraigado, la "porción del Señor, su heredad", es  la Iglesia.

San Juan en su "Prólogo" hace la interpretación cristológica de todo ello: la Palabra que "estaba junto a Dios" en el  principio y por la que todo ha sido creado   deviene en una persona humana absolutamente singular y concreta, Jesús de Nazaret.

Toda la Trinidad está presente en el  gran "Prólogo": el Padre, a quien "nadie lo ha  visto jamás" se ha manifestado en su Hijo  único "que está en el seno del Padre y es  quien lo ha dado a conocer", del cual "hemos contemplado su gloria", el Espíritu Santo.

El cristiano, contemplando al Niño de Navidad, se adentra en este misterio    insondable de amor.

La Encarnación del Verbo de Dios como "auto manifestación" de sí mismo en el mundo hace del cristianismo una religión incomparable a ninguna otra.

Dios ha venido a nosotros por el camino del amor y nosotros podemos ir hacia Él      por el mismo camino: el del amor entregado.

La Encarnación obedece a este principio: "Ya que el hombre no puede ir por sí mismo hacia Dios, Él ha venido a nosotros".

En el Salmo la ciudad de Dios, Jerusalén, la Iglesia, debe glorificar al Señor porque envía su Palabra y sacia a su pueblo "con flor de harina", la Eucaristía.

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