El Domingo antes de la Epifanía es doxológico y contemplativo.
Es una "confessio fidei" en el misterio de la Encarnación del Verbo, en el "misterioso consorcio" (San León Magno).
La Palabra de Dios que se proclama en la Misa y en el Oficio manifiesta la perfecta solidaridad y la trascendencia salvífica del acontecimiento que tiene como consecuencia la filiación divina, garantizada a manera de adopción en virtud de la "plenitud de gracia" que se nos da en el Señor.
La Liturgia de este Domingo proclama, confiesa y celebra el dogma fundamental de la fe.
La Navidad litúrgica trasciende el hecho de la Navidad histórica.
En los acontecimientos salvíficos de Belén faltó la Eucaristía, que da plenitud y profundidad al misterio: ella prolonga la Encarnación, la realiza, y nos injerta a Cristo en este mundo y en la eternidad.
Este es el don más grande: el nacimiento de Cristo se convierte en nuestro nacimiento.
El misterio de la Vida divina, surgido de Cristo, el Hombre-Dios, se comunica a través de la participación, no sólo por la fe, sino también por la gracia, a todos los que la habrán recibido.
En Él la humanidad se convierte en fraternidad (cf. Rom 8,29).
Misa: Eclo 24, 1-2. 8-12; Sal 147, 12-13. 14-15. 19-20; Ef 1, 3-6. 15-18; Jn 1, 1-18;
(forma breve: Jn 1, 1-5. 9-14)
SASin lugar a duda, la sabiduría de "Dios que hace su propia alabanza" es Cristo mismo, la sabiduría del Padre, primera lectura.
El "pueblo glorioso" donde ha arraigado, la "porción del Señor, su heredad", es la Iglesia.
San Juan en su "Prólogo" hace la interpretación cristológica de todo ello: la Palabra que "estaba junto a Dios" en el principio y por la que todo ha sido creado deviene en una persona humana absolutamente singular y concreta, Jesús de Nazaret.
Toda la Trinidad está presente en el gran "Prólogo": el Padre, a quien "nadie lo ha visto jamás" se ha manifestado en su Hijo único "que está en el seno del Padre y es quien lo ha dado a conocer", del cual "hemos contemplado su gloria", el Espíritu Santo.
El cristiano, contemplando al Niño de Navidad, se adentra en este misterio insondable de amor.
La Encarnación del Verbo de Dios como "auto manifestación" de sí mismo en el mundo hace del cristianismo una religión incomparable a ninguna otra.
Dios ha venido a nosotros por el camino del amor y nosotros podemos ir hacia Él por el mismo camino: el del amor entregado.
La Encarnación obedece a este principio: "Ya que el hombre no puede ir por sí mismo hacia Dios, Él ha venido a nosotros".
En el Salmo la ciudad de Dios, Jerusalén, la Iglesia, debe glorificar al Señor porque envía su Palabra y sacia a su pueblo "con flor de harina", la Eucaristía.
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