La fiesta de la Presentación del Señor pertenece de alguna manera al ciclo de la manifestación del Señor: luz en la noche de Nacimiento, luz en su Epifanía, luz en su Bautismo, el advenimiento de los Magos, luz en su Presentación al templo.
Es la luz increada, presente en la humanidad de Jesús, que se va mostrando.
Una luz que, al mismo tiempo, anuncia la luz de la Noche de Pascua.
Realmente "lumen de lumine" que crece y se difunde.
Es una fiesta ecuménica, que en Oriente recibe el nombre de la "Hypapantê": "el encuentro del Señor con su pueblo".
Sí, María llevaba el verdadero templo de Dios en sus brazos, el auténtico lugar del encuentro: "La humanidad del Hijo de Dios".
El Espíritu lo manifestó como luz "ad revelationem Gentium".
Luz que iluminó los ojos de Simeón, luz que hizo saltar de alegría a la profetisa Ana, luz que nos ilumina y nos hace radiantes.
Luz de la fe, de la gracia y de la gloria, en la segunda oración de bendición no se bendi cen las candelas, sino a los fieles que las han de llevar.
La monición del Misal al inicio de la celebración es decisiva para comprender el sentido de la fiesta: "También nosotros, unidos en el Espíritu Santo, vamos a la casa de Dios, al encuentro de Cristo, el Señor. Lo encontraremos y le reconoceremos allí en la fracción del pan hasta que venga de nuevo en gloria".
Este texto es remarcable por su densidad espiritual y teológica.
La antífona de entrada (Sal 47,10) es también importante:
"Oh, Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo".
En el interior de la santa Iglesia acogemos en la fe la presencia del Señor glorioso.
Así lo predicaba Orígenes: "Tú también, si quieres poseer a Jesús, abrazarlo con tus manos y merecer salir de las tinieblas, haz todos los esfuerzos para dejarte guiar por el Espíritu Santo y venir al templo de Dios. Permanece en el templo del Señor Jesús, es decir, en su Iglesia, templo construido con piedras vivas (1 Pe 2,5). Permaneces en el interior del templo cuando tu vida y tu conducta son verdaderamente dignas del nombre que designa a la Iglesia" (Homilías sobre Lucas 15,3).
El Papa san Juan Pablo II estableció que este día se celebrara la "Jornada de la Vida Consagrada".
Los religiosos por la profesión de los votos evangélicos son profecía del Reino ya consumado, y con las antorchas encendidas en su corazón caminan al encuentro de su Señor y Esposo.
Por el Reino oran y trabajan en la múltiple diversidad de carismas, en el mundo y en la Iglesia.
Los padres de Jesús, con la ofrenda de los pobres en sus manos, para cumplir el precepto legal (Lc 2, 21), ya que Él nació bajo la Ley (Gal 4, 4-6), lo presentan en el templo.
"Presentar" es un verbo sacrificial que sig nifica "para ofrecerlo al Señor".
En realidad, Él toma posesión del templo, la casa de su Padre.
Simeón re presenta todo el pueblo que recibe, en la fe y en el Espíritu Santo, al Hijo, el Salvador que Dios había preparado: "Luz que se revela para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo Israel".
El Espíritu Santo es nombrado tres veces: el anciano esperaba la consolación de Israel, "paraklêsis"; por el Espíritu sabía que vería al Mesías antes de su muerte; y finalmente, lo toma en brazos.
En la mentalidad bíblica "tomar en brazos" significa "tomar posesión, hacerlo propio".
Simeón lo ve, lo abraza y le habla: "Ahora, puedes dejar a tu siervo irse en paz".
Se comprende el estupor de su padre y de su madre "que estaban admirados por lo que se decía".
También Ana, la profetisa, confesaba y alababa a Dios por el Niño.
Es por Él que se han de levantar los dinteles y ensancharse las puertas, porque "va a entrar el Rey de la gloria", canta maravillosamente el Salmo responsorial.
El misterio es aún mayor porque el Niño es el Hijo primogénito, "todo varón primogénito" que debía ser rescatado, "consagrado" según la Ley, pero que prefigura el Cordero que rescatará a todos desde la Cruz.
Ésta será la espada que traspasará el corazón de María y de la Iglesia.
Será también "como un signo de contradicción" y motivo "para que muchos en Israel caigan y se levanten, revelando así los sentimientos de muchos corazones".
El pueblo que sale al encuentro del Señor es representado por los padres del niño, por Simeón y Ana, y por "todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén".
Es un coro de pobres que reciben al Señor.
Ellos también nos representaban a nosotros que, como canta el Prefacio, "llenos de alegría, salimos al encuentro de tu Salvador", en espera de su regreso glorioso.
La lectura del Evangelio, a modo de díptico, es iluminada por el Antiguo y el Nuevo testamento.
Se cumple la profecía de Malaquías, el último escritor de los profetas escribas: Jesús es el "mensajero de la alianza" que purifica el Templo y restablece la Alianza.
Sí, pues el Mensajero de la alianza que vendrá cinco siglos más tarde será portador del Evangelio, pero tendrá también la misión de purificar a su pueblo: separar el bien del mal en el Juicio.
Su mensaje será percutiente para muchos y se alzará como "signo de contradicción".
Los tiempos mesiánicos han empezado.
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