SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
"Lauda, Sion, Salvatorem".
La nueva Sión, Jerusalén espiritual, donde se reúnen los hijos e hijas de Dios de todos los pueblos, lenguas y culturas, alaba al Salvador con himnos y cantos, "cum hymnis et canticis".
En efecto, son inagotables el estupor y la gratitud de la Iglesia por el don de la Eucaristía.
Este don supera toda alabanza: "Jamás podrás alabarle lo bastante" (Secuencia del Corpus).
La bellísima antífona del "Magnificat" de las II Vísperas expresa admirablemente el misterio eucarístico: "O sacrum convivium in quo Christus sumitur; recolitur memoria passionis eius, mens impletur gratia, et futurae gloriae nobis pignus datur", "¡Oh sagrado banquete en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura! Aleluya".
Cada vez que nos reunimos para celebrar la Eucaristía "proclamamos la muerte del Señor hasta que vuelva", "donec venias".
El fruto precioso es la unidad del Cuerpo místico: "la Eucaristía edifica la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía" (Ecclesia de Eucharistia n. 26).
Ciertamente, sin el Bautismo y la Eucaristía, la Iglesia no sería.
En la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber: Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo por su carne, que da la vida a los hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo.
La Secuencia termina con esta súplica: "tuos ibi commensales, cohæredes et sodales, fac sanctorum civium", "admítenos en el Cielo entre tus comensales y haznos coherederos en compañía de los que habitan la ciudad de los santos".
Tanto la Misa como el Oficio fueron compuestos por santo Tomás de Aquino.
Reclamamos la atención sobre el segundo responsorio del Oficio de lectura:
"Reconoced en el pan al mismo que pendió en la Cruz; reconoced en el cáliz la sangre que brotó de su costado. Tomad, pues, y comed el cuerpo de Cristo; tomad y bebed su sangre. Sois ya miembros de Cristo. R. "Comed el vínculo que os mantiene unidos, no sea que os disgreguéis; bebed el precio de vuestra redención, no sea que os despreciéis". "Despreciarse" significa aquí "envilecerse".
Misa: Gén 14, 18-20; Sal 109, 1bcde. 2. 3. 4; 1 Cor 11, 23-26; (Secuencia [forma larga/forma breve]); Lc 9, 11b-17
La segunda lectura, tomada de la Primera carta de san Pablo a los Corintios, es el relato escriturístico más antiguo sobre la institución de la Eucaristía.
Es una tradición que el Apóstol ha recibido del mismo Señor y ha trasmitido a la comunidad.
Con la institución de la Eucaristía, Jesucristo fundó la Iglesia, ya que ambas no pueden existir una sin la otra.
Celebrarla es proclamar que Él ha muerto por nosotros y que volverá porque ha Resucitado.
En el Evangelio, la narración de la multiplicación de los panes según Lucas prefigura el banquete eucarístico.
Con ello se insiste, particularmente en este ciclo C, en que la Eucaristía es un convite sacrificial y vivificante; también la riqueza del misterio eucarístico la dimensión comunitaria.
La comunión real con el Cuerpo y la Sangre del Señor crea la Iglesia, simbolizada en la multitud sentada por grupos en la multiplicación de los panes y los peces.
La comunión eucarística, encuentro personal con Cristo, es siempre un encuentro comunitario.
La Eucaristía nunca se agotará, "Comieron todos y se saciaron" y será siempre un don sobreabundante, "cogieron las sobras: doce cestos".
Es importante subrayar la relación entre Eucaristía y caridad en este ciclo C: la palabra del Señor nos compromete a todos: "Dadles vosotros de comer".
El Salmo y la primera lectura son una misma cosa: el sacerdocio de Jesús según el orden de Melquisedec es eterno.
Por ello, la Liturgia es el ejercicio del Sacerdocio eterno de Jesucristo en la Iglesia.
Jesús asume los sacrificios de la antigua Alianza, recordemos el "Ut supra" del Canon Romano, y los lleva a su plenitud definitiva.
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