En continuidad con la enseñanza del Domingo anterior, el Señor nos exhorta a la vigilancia y a estar preparados.
"Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas es la actitud propia de los sirvientes que custodian con la luz radiante de la fe el corazón".
El Señor vuelve como Esposo, y Él mismo, ¡algo realmente maravilloso! se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo.
Todo se intercambia: los siervos se convierten en señores, y el Señor se convierte en el siervo de todos.
La imagen nupcial es sugerente.
El Señor vuelve de noche, hay que esperarlo con las lámparas encendidos y estar preparados.
Como en la noche del Éxodo, primera lectura, como en la Vigilia de Pascua.
El Señor acompaña su exhortación con la parábola del administrador solícito y fiel.
A los discípulos les han sido consignados y confiados los bienes del Reino, los dones de la redención de Jesucristo, y ellos, según la medida que cada uno ha recibido, deben hacerlos fructificar.
Todo esto se vive en la fe.
El autor de la carta a los Hebreos en la segunda lectura escribe el himno a la fe, que contiene su casi definición: "La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve".
En cada Eucaristía, el Señor es el anfitrión.
Nos invita y nos sienta a la mesa del Reino, anticipando y saboreando el banquete escatológico: "Esto nobis praegustatum", "Sé para nosotros un anticipo".
De esta manera, el pequeño rebaño se complace y goza ya del reino que el Padre ha tenido a bien darle.
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