Los Padres de la Iglesia, especialmente los de Oriente, así como la exégesis actual, interpretan el sentido teo lógico de la Transfiguración del Señor como anticipación del Misterio Pascual y como confirmación de la misión que Jesús había recibido en el bautismo del Jordán.
Al mismo tiempo, como anuncio de la transfiguración de nuestra humanidad a semejanza de su cuerpo glorioso.
Tal como el Prefacio canta: "Y manifestar que, en el cuerpo de la Iglesia entera, se cumplirá lo que, de modo maravilloso, se realizó en su Cabeza".
Una vez más todas las Iglesias celebran unánimemente esta fiesta y reencuentran, al menos en la celebración litúrgica, la unidad.
Gozan de la Luz increada, el Espíritu Santo, que se manifiesta en la luz resplandeciente y procedente del interior del cuerpo del Señor, en la voz del Padre y en el testimonio de la Ley y los profetas.
El Padre revela al Hijo, y el Hijo revela al Padre y sólo el Espíritu de ambos nos introduce en su misterio de Amor y en la "luz tabórica".
La clave de interpretación es siempre la misma: la Resurrección del Señor.
Misa: Dan 7, 9-10. 13-14 (o bien: 2 Pe 1, 16-19); Sal 96, 1-2. 5-6. 9; Lc 9, 28b-36
Lucas presenta algunas peculiaridades en el relato de la Transfiguración que merecen ser analizadas.
Entre ellas, la finalidad del ascenso: "subió a lo alto del monte para orar".
Una oración que en Jesús es inmensa y total.
Justamente fue "mientras oraba" que Jesús asumió otro aspecto, "éidos": resplandeció con la divinidad sub sistente en su Persona, asumió la Forma final, que es la de la Resurrección.
Más todavía, al lado de Jesús están presentes Moisés y Elías, la Ley y los profetas, que Dios muestra con la gloria del Hijo amado.
"Hablaban de su muerte, que Él iba a consumar en Jerusalén", literalmente: "de su éxodo".
Todo se orienta ya al éxodo pascual del Señor; desde allí resplandece la Luz increada del Señor de la gloria.
La Transfiguración del Señor es teofanía de la santa, gloriosa y vivificante Trinidad: la voz del Padre: "Éste es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo" y la Nube del Espíritu Santo lo inundan todo.
Es la Nube de la Divina Presencia que "los cubrió con su sombra", "episkiázô": al Señor y a los discípulos.
Como la sombra que cubrió a la Madre de Dios en la Anunciación (Lc 1, 35), provoca estupor y confusión.
El mensaje nuclear es que los discípulos deben "escucharle", verbo que bíblicamente significa "obedecerle".
Acto seguido, "se encontró Jesús solo".
En Getsemaní lo abandonarán, y en la Cruz permanecerá "solo" con el Padre y el Espíritu Santo.
Será la última y definitiva transfiguración.
"Por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto", luego lo referirán a todo el mundo.
En la Transfiguración, prenda de gloria, canta la Iglesia el Salmo 96: "El Señor reina, la tierra goza".
En el Señor, se alegra la tierra entera.
Y toda la naturaleza participa en una alegría cósmica, ya que todo el universo va a ser bendecido con el reinado del Señor.
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