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domingo, 7 de septiembre de 2025

SEGUIR A JESÚS


En su camino hacia Jerusalén Jesús se gira a la multitud que le seguía, se dirige a ella y anuncia las condiciones de su seguimiento: primero deberán quererlo  más que la propia familia, incluso que su   propia vida, y, segundo, deberán cargar      su cruz.

La exigencia es radical, total y absoluta.

Por ello, antes de tomar la decisión es necesario que deliberen y calculen, lo cuenta con dos parábolas, la del rey que tiene que ir a la guerra y la del hombre      que quiere construir una torre.

Tras la decisión ya no es posible deliberar ni calcular nada.

El Señor afirma que no se puede    ser cristiano de cualquier manera.

La opción del seguimiento de Jesús implica dejar los vínculos humanos y sus intereses:   la renuncia al propio yo y a   los   bienes del      mundo.

Tomar la cruz implica vivir todo   aquello que nos identifica a Cristo y nos pone en comunión con Él: la obediencia        al Padre y la donación de sí mismo por el Reino de Dios que anuncia, con una disponibilidad total.

El Señor puede pedir esto a los discípulos porque Él mismo había renunciado a  su propia familia, a  mismo, a todo tipo de bienes, para seguir el camino de  obediencia al Padre.

Esta expropiación en vistas a la disponibilidad para la misión nos es dada únicamente por la sabiduría que viene de arriba, el Espíritu Santo.

No viene sólo    de nuestro esfuerzo.

Naturalmente, el Señor no nos pide que rompamos los lazos con la propia familia, sino que la queramos en Él, que significa amarla aún más.

Es reencontrar también otra   familia,      la de los seguidores de Cristo e hijos de Dios.

Así lo pide San Pablo en la delicada carta de recomendación del esclavo, Onésimo: "Recíbelo, no como un esclavo, sino como un hermano querido".

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