|
Fue en el momento de la
cruz. Se cumplieron las palabras proféticas de Simeón, como atestigua el
Vaticano II: María al pie de la cruz sufre cruelmente con su Hijo único, asociada
con corazón maternal a su sacrificio, dando el consentimiento de su amor, a la
inmolación de la víctima, nacida de su propia carne. Por eso, la Iglesia,
después de haber celebrado ayer la fiesta de la exaltación de la Cruz, recuerda
hoy a la Virgen de los Dolores, la Madre de las Angustias, también exaltada,
por lo mismo, que humillada con su Hijo.
Cuanto más íntimamente se participa en
la pasión y muerte de Cristo, más plenamente se tiene parte también en su
exaltación y glorificación. Vio a su Hijo sufrir y ¡cuánto! Escuchó una a una
sus palabras, le miró compasiva y comprensiva, lloró con El lágrimas ardientes
y amargas de dolor supremo, estuvo atenta a los estertores de su agonía.
Su Hijo agoniza sobre aquel
madero como un condenado. Despreciable y desecho de los hombres, varón de
dolores, despreciable y no le tuvimos en cuenta, casi anonadado (Is 53, 35)
¡Cuán grande, cuán heroica en esos momentos fue la obediencia de la fe de María
ante los «insondables designios» de Dios! ¡Cómo se «abandona en Dios» sin
reservas, «prestando el homenaje del entendimiento y de la voluntad» a aquel,
cuyos «caminos son inescrutables»! (Rom 11, 33). Y a la vez ¡cuán poderosa es
la acción de la gracia en su alma, cuán penetrante es la influencia del
Espíritu Santo, de su luz y de su fuerza!
MARIA MADRE, IMAGEN DE LA
IGLESIA
María creyó que se
cumpliría lo que le había dicho el Señor. Como Virgen, creyó que concebiría y
daría a luz un hijo: el «Santo», el «Hijo de Dios. Como esclava del Señor,
permaneció fiel a la persona y a la misión de este Hijo.
Como madre, «creyendo
y obedeciendo, engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, cubierta con la
sombra del Espíritu Santo».Por estos motivos María «con razón desde los tiempos
más antiguos, es honrada como Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles en todos
sus peligros y necesidades acuden con sus súplicas».
Como «figura», María, presente en el
misterio de Cristo, está también presente en el misterio de la Iglesia, pues
también la Iglesia «es llamada madre y virgen», con profunda justificación
bíblica y teológica.
La maternidad determina una relación única e irrepetible
entre dos personas: la de la madre con el hijo y la del hijo con la Madre.
Aunque una mujer sea madre de muchos hijos, su relación personal con cada uno
caracteriza la maternidad en su misma esencia, pues cada hijo es concebido de
un modo único.
Cada hijo es querido por el amor materno, y sobre él se basa su
formación y maduración humana. Lo mismo ocurre en el orden de la gracia, que en
el de la naturaleza. Así se comprende que Cristo en el Calvario expresara en la
cruz, la nueva maternidad de su madre en singular, dirigida a un hombre, Juan:
«Ahí tienes a tu hijo».
No hay comentarios:
Publicar un comentario