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sábado, 6 de mayo de 2017

DÍA DE LA MADRE





(Salmo 128)

Dichoso el que teme al Señor.
Dichosa tú que lo conoces y los amas.
Dormíamos ignorantes en tus brazos,
y tú ya pronunciabas con amor su nombre.
Sobre nuestra cuna descendía
fascinante el misterio,
y ya nos enseñabas a mirar a lo alto
y a balbucir palabras de amor y de presencia.
Dichosa tú, parra fecunda,
portadora, como uvas, de frutos abundantes,
madre de vida, madre dulce de tus hijos,
elevada, extendida, donante de ti misma
en medio de tu casa.
Bendita seas por ti y en tus hijos,
bendita y bien amada del Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
y desde todas partes, desde tu pueblo y tu casa,
todos los días de tu vida;
que veas los hijos de tus hijos.

¡Paz a Israel!
Paz a todos los hombres y mujeres de la tierra.
Paz a todas las madres.
Paz a ti.
Amén.

La más bella palabra en labios de una persona es la palabra MADRE, y la llamada más dulce: MADRE MÍA.

El 7 de mayo, primer domingo del mes, celebramos el DÍA DE LA MADRE, que se ha instituido en nuestro País hace algunos años.

Y no sé cómo ni sé qué motivo me llevó a ello recordé estas palabras que nos dirigió Juan Pablo II: “El mes de mayo nos estimula a pensar y a hablar de modo particular de Ella… y a abrir nuestros corazones de manera singular a María. La Iglesia con su antífona pascual “Regina caeli”, habla a la Madre, a la que tuvo la fortuna de llevar en su seno, bajo su corazón, y después en sus brazos, al Hijo de Dios y Salvador nuestro”. (Juan Pablo II, Audiencia General, 2 de mayo de 1979)

Este es un gran día en el que contemplamos un misterio, el de una mujer frágil, pequeña y pobre, que eres tú, que es toda mujer a la que se le ha dado el participar como protagonista en la obra de la creación de un nuevo ser, imagen y reflejo del mismo Dios.

¡No sé dónde está el inicio de este misterio incomprensible! Pensaré tal vez que, porque eres tan tierna y delicada, Dios te concedió el ser madre; que porque tu corazón rebosa pureza y amor, por eso puedes ser revestida de ese título glorioso; que porque eres todo paciencia, dulzura y perdón, has sido escogida para anidar a un nuevo ser en tus entrañas; que porque no se halló una capacidad de abnegación y sufrimiento como la tuya en ninguna parte, por eso te asoció el Dios Creador a su obra, porque eso eres, socia de Dios en la creación de tu hijo. En efecto, de qué otra manera se explica este misterio. Porque eres virtuosa, noble, prudente, fiel, detallista, porque sabes donarte sin límites, sin medida, sin esperar nada a cambio, con generoso silencio, con purísimo amor, por eso dijo Dios: ¡ésta es la que yo estaba necesitando!, ¡ésta es la escogida!, ¡sólo ésta puede ser madre!

El Amor con A mayúscula, no se equivoca. Él sabe a quién escoge para llevar adelante su plan. Su gracia para tarea tan inmensa está garantizada. A ti te corresponde meditar como María Santísima, dentro de tu corazón, las cosas grandes que Él ha hecho en ti cuando te hizo madre y corresponder con la donación plena y perfecta.

Que eres madre, es un hecho, es una realidad. Que ser madre es un don maravilloso, inmerecido, extraordinario, es también una verdad indiscutible. Entonces la conclusión es que ser madre te obliga. Dios ha querido hacerse íntimo de ti, mujer, por medio del hijo que llevaste en tus entrañas y eso exige de ti una respuesta. 

El mundo de hoy ha dado culto a la belleza del cuerpo y con eso nos ha querido seducir, pero lo que el mundo necesita son mujeres que destaquen por la hermosura de su alma. No es lo más importante el cuerpo que porta la nueva vida, sino el corazón que la embellece y la santifica. El cordón umbilical se cortó a la hora de dar a luz, pero continuó fortaleciéndose el “cordón cordial”, aquél de trascendental importancia, que ha seguido alimentando el corazón del hijo y que jamás podrá nadie rasgar. Mujer sé lo que tienes que ser. No dejes que nada ni nadie te engañe con sofismas que te alejen de tu grandísima dignidad de madre.


Que María Santísima, la Madre del Amor Hermoso, la Madre purísima, te acompañe siempre en esta santa misión de ser madre y te alcance del fruto de sus entrañas, de su Hijo amadísimo Jesús, la gracia de seguir siendo, hasta el día de tu muerte portadora de amor y de vida.

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