
Humilde
sierva del Señor, tú que conoces los retos diarios de tus hijos las asechanzas
del mundo y las seducciones del pecado sé su celestial intercesora para que
puedan derrotar al maligno con la firmeza de la fe.
Bienaventurada
Virgen María, tus hijos congregados aquí provenientes de todas partes del mundo
quieren ser fieles a tus enseñanzas vivir el misterio de la Eucaristía y orar a
Dios Padre meditando la vida de tu Hijo con el Rosario.
Ilumina
su camino para responder con generosidad la vocación que Él les inspire y
alcanzar así la vida eterna.
Al
finalizar esta Jornada Mundial, imploro tu protección sobre todos ellos y sobre
todos nosotros, para que todos ellos y nosotros los grandes podamos ser
auténticos discípulos y misioneros de modo que el Reino de justicia y de paz que
tu Hijo inauguró con su primera venida se expanda por toda la tierra.
Amén.
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