Is 62, 11-12; Sal 96, 1 y 6. 11-12; Tit 3, 4-7; Lc 2, 15-20.
La
antífona de entrada de la Misa canta: "Hoy brillará una luz sobre nosotros".
Esta luz, los pastores la vieron resplandecer en el rostro del Niño Jesús tras el anuncio del ángel.
El Evangelio de esta Misa de la aurora es continuación del Evangelio de la Misa de medianoche de ayer: los pastores confirman con su ida a Belén la palabra-evento que les había sido anunciada, "conforme a lo que se les había dicho".
Habiendo recibido la confirmación, se
convierten en los primeros misioneros del Niño y participan del ministerio
de los ángeles, no sólo anunciando el evento, sino con su alabanza a Dios.
Como pastores, prefiguran el ministerio apostólico.
En el sentir, lo que hacían los ángeles ahora lo
hacen los pastores.
Como lo habían hecho ellos, ahora también todos se admiraban de lo que decían los pastores.
La Navidad de Jesús llena a todos de estupor
en sentido teológico.
De manera sorprendente Lucas menciona a María: "conservaba estas cosas, meditándolas en su corazón".
Nada referido al Hijo es olvidado por ella, ya que todo tiene un significado para
ella y su misión.
Ella es
el inicio de la memoria, "shemá" de la Iglesia.
La contemplación cristiana versará siempre sobre la humanidad del Hijo.
San Pablo, en la
segunda lectura, hace comprender
que el nacimiento de Jesús es, de hecho, la revelación del Dios vivo, ya que "cuando se
manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor al hombre", lo hizo
gratuitamente, no por las obras
que nosotros podíamos haber hecho.
El
oráculo de Isaías se aplica a la Iglesia: ella es la hija de Sión que, llena de júbilo, puede escuchar hoy: "Mira a tu salvador, que llega".
De esta manera "amanece la luz para el justo", como can tamos en el Salmo: es el día que la
Luz resplandece para nosotros,
porque nos ha nacido el Salvador.
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