La Cuaresma, antiguamente, comenzaba el Domingo, pero en Roma se añadieron cuatro días feriales para completar el número sagrado de los cuarenta días de ayuno, ya que en el rito latino los Domingos nunca se han considerado días penitenciales.
Hoy el Papa, siguiendo una costumbre secular, inicia la Cuaresma en la antiquísima basílica de Santa Sabina, en la montaña del Aventino, en la Urbe.
El sistema "estacional" fue llenando todos los días de Cuaresma.
El Misal recomienda que se conserve y se fomente la antigua costumbre de reunirse la Iglesia local, siguiendo el ejemplo de las estaciones romanas (cf. Misal Romano pág. 182).
La imposición de la ceniza, en el inicio reservado únicamente a los penitentes públicos, que habían de ser reconciliados por Pascua, pasó a todos los fieles.
La Cuaresma empieza con la espléndida antífona de entrada: "Te compadeces de todos, Señor, y no aborreces nada de lo que hiciste".
Con la ceniza impuesta, todos los fieles son constitui dos, en el sentido teológico.
Toda la Iglesia se convierte, mira hacia, el Señor.
Una Iglesia que es santa en sí misma, y sin embargo pecadora en sus miembros.
El sentido teológico de la segunda fórmula de la imposición de la ceniza: "Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás", casi en desuso, no es fúnebre.
El que ha de morir es el "hombre viejo", desde su situación de "carne", de "pecado" (Rom 6,6), para que resucite el "hombre nuevo" a la vida pascual.
Esta vida pascual no se improvisa, se acoge como un don a lo largo de toda una vida.
La Liturgia cuaresmal nos acompaña cotidianamente en el crecimiento de la vida teologal.
"Cristo tomó de ti Su carne, pero te da de Sí tu Salvación; tomó de ti la muerte, pero te da de Sí tu Vida; tomó de ti la humillación, pero te da de Sí tu gloria; tomó de ti Su tentación y te da de Sí tu victoria", afirma San Agustín (Enarrationes in Psalmos 60).
En la primera lectura, el profeta invita a todo el pueblo a la conversión y a renovar la alianza, incluso los sacerdotes deben llorar "entre el atrio y el altar", por sus pecados y por los del pueblo.
San Pablo, en la segunda lectura, nos exhorta a la reconciliación y anuncia que "ahora es tiempo de gracia; ahora es tiempo de salvación".
En el Evangelio, el Señor enseña los instrumentos espirituales de la Cuaresma: la oración, el ayuno y la limosna, "servicio".
El Salmo "Miserere" expresa el corazón orante de la Iglesia, la cual pide al Señor un corazón y un espíritu fuerte.
El mismo Salmo se repite mientras los fieles reciben la imposición de la ceniza.
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