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domingo, 31 de agosto de 2025

EL ÚLTIMO LUGAR


 

El sábado no se puede hacer camino, y Jesús, habiendo participado del culto de    la sinagoga, acepta la invitación del fariseo.

En el banquete, Jesús enseña sobre   la humildad.

Esta es una virtud difícil de   definir.

Ya que quien quiere ser humilde   ya quiere ser algo y, por tanto, ya no es    humilde.

Sólo Dios y los demás pueden juzgar si somos humildes.

Positivamente      sólo se puede decir que la humildad es no   pretender nada para  mismo.

A alguien     verdaderamente humilde no le importa ocupar el "último puesto" y,    si lo ha ascender a un lugar más principal, sólo puede valorar la bondad del otro, que le    hace ocupar un lugar más importante.

Ya lo decía santa Teresa de Lisieux a su hermana Celina: "La sola cosa que  nadie envidia es el último lugar (…). Corramos    al último lugar… Nadie vendrá a disputárnoslo" (Carta 243).

Para ocupar el pri mer lugar o ser los primeros siempre hay peleas, las personas son capaces de todo   para ocuparlo; para ocupar el último lugar no hay  disputas.

Hay que ser el último   para ser servidor de todos, como el Señor.

La enseñanza de hoy no es sólo de educada cortesía.

Es mucho más.

Es una enseñanza que implica un dato cristológico.

El Señor en la Cruz ha ocupado el último lugar y, justamente porque  ha   sido humillado, ha sido ensalzado por   la Resurrección.

El último lugar ha sido santificado por la presencia del Señor.

En el texto encontramos la referencia a una boda.

Son las bodas de la Nueva Alianza, donde el Señor, desde la Cruz, el último    lugar, ha invitado a la fiesta a quienes   no pueden recompensar, a quienes la vida ha puesto en el último lugar, los pobres.

Ellos son los primeros invitados.

Si ellos no lo pueden recompensar, Dios    lo puede hacer por ellos, y les da la vida    eterna en la retribución final.

Una vez más, los pobres son los mediadores de la salvación.

Hay que remarcar hoy la solemnidad del fragmento de la   carta a los Hebreos.

Los  cristianos nos hemos acercado a la ciudad santa, "a la asamblea festiva (ekklêsía) de los primogénitos inscritos en el cielo".

Cada vez que celebramos la Eucaristía se hace palpable esta proximidad.

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