SALMOS DE JERUSALÉN
Es un Salmo muy querido en la Liturgia de los Horas. Es el canto a la Esposa del Cordero. Un himno a la universalidad de la Iglesia. Canta la Jerusalén del cielo: “En cambio, la Jerusalén de arriba es libre; y esa es nuestra madre” (Gál 4,26), la “Ciudad de Dios”.
De la Iglesia se han dicho oráculos gloriosos: “¡Que pregón tan glorioso para ti, Ciudad de Dios!”, “gloriosa dicta sunt de te”. La Iglesia tiene el fundamento en la montaña santa, que es Cristo.
El Misterio de la Iglesia tiene como espejo a Santa Maria. Ella es la ciudad de Sión que el Señor ama y, por eso, el Salmo es cantado con profusión en los fiestas de la Virgen María y con la antífona: “¡Qué pregon tan glorioso para ti, Virgen María!”. El Salmo canta a la Iglesia en su maternidad ya que por la fe y la predicación se convertirà en madre de los hijos y de los pueblos.
Movido por el espíritu profético, como el vidente del Apocalipsis, el oráculo contempla la Jerusalén del cielo, que viniendo de Dios, baja del cielo: “Y me llevó en Espíritu a un monte grande y elevado, y me mostró la ciudad santa de Jerusalén que descendia del cielo, de parte de Dios y tenia la gloria de Dios” (Ap 21,10). Este oráculo de las naciones, desde Egipto a Babilonia, pero también Tiro y la lejana Etiopía, hace descubrir que todos los pueblos están llamados a ser ciudadanos de Sión, verdadera Metrópolis.
Todo esto es un misterio muy grande: los grandes naciones y los grandes imperios opulentos junto a los grandes ríos, el Nilo y el Éufrates, no son nada si se compara con la humilde montaña de Sión, que es verdaderamente santa por la presencia de Dios y porque Él mismo la ha fundado.
Egipto “Rahab” y Babilonia son signos de las fuerzas del mal “Rahab” y de la ciudad del mal, donde Dios no es celebrado ni adorado. Sus habitantes tendrán que salir de la gran prostituta, que es Babilonia, para entrar a la ciudad de los santos. Los cuatro lugares mencionados, según algunos exegetas, representen los cuatro puntos cardinales y, por lo tanto, Jerusalén, es el centro del mundo.
Todo hace pensar en el misterio de Pentecostés: “Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo” (Hch 2,5), y la Iglesia allí era ya en germen la “católica”, y así lo dice la Constitución del Vaticano II “Lumen Gentium” (LG 2), cuando enseña que desde Abel hasta el último justo, toda la humanidad se reunirá en la Iglesia, cuando llegue a su consumación.
La universalidad prometida a Israel sólo se cumple en la Iglesia de Cristo y desde este Salmo podemos escuchar los bellísimos fragmentos del libro de Isaías cuando dice: “Y de todas las naciones, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos, a caballo y en carros y en literas, en mulos y dromedarios, hasta mi santa montaña de Jerusalén, dice el Señor, así como los hijos de Israel traen ofrendas, en vasos purificados, al templo del Señor” (Is 66, 20).
El Salmo es todavía más admirable cuando en el último versículo dice: “Todas mis fuentes están en ti”, “omnes fontes in te sunt”. Sí, en medio de la ciudad del Cordero está la fuente de la vida, la riada de gracia que brota en el seno de la Iglesia: “Y me mostró un río de agua de vida, reluciente como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero” (Ap 22,1).
De la Iglesia, el nuevo templo de Dios: “También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción de una casa espiritual para un sacerdocio santo, a fin de ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo” (1Pe 2,5); desde el día de Pentecostés: “Caminarán pueblos numerosos y diran: “Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob” (Miq 4,2-3); “Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse” (Hch 2,4), brota el río de la predicación de la Palabra y la gracia de los Sacramentos. También de la caridad.
En medio del paraíso está la fuente de la vida. En el Baptisterio de Letrán encontramos esculpidas , estas palabras: “En esta fuente, nuestra Madre, da a luz en su seno virginal que ella ha concebido por el Espíritu de Dios”. Y en un Misal de Rouen: “Gaude Mater ecclesia, filiorum adoptione fecundata, quos spiritus cooperando Sancti parturisti gratia”, “Alégrate, madre Iglesia, fecundada por los hijos de la adopción, que, con la cooperación del Espíritu Santo, has engendrado por la gracia”.
Cuando cantamos el Salmo nos sentimos, con gozo, hijos de la Iglesia, porque todos hemos nacido de ella, ella que es la “sancta mater Ecclesia” y por el Bautismo somos ya ciudadanos de la Jerusalén del cielo: “Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sión, ciudad de Dios vivo, Jerusalén del cielo, a las miríadas de ángeles, a la asamblea festiva de los primogénitos inscritos en el cielo” (Heb 12,22).
Ser hijo de la Iglesia es la gloria más grande y, por tanto, vivir y morir como hijos de la Iglesia es el don más grande. El Salmo es un canto a la madre Iglesia y recordamos la célebre sentencia de san Cipriano: “Nadie puede tener Dios por Padre, sino tiene a la Iglesia por madre” (De ecclesia unitate 6).
Escribe san Agustín:
“¡Oh sí, somos hijos de Sión y la Iglesia es mi madre! Verdaderamente se han dicho de la ti oráculos gloriosos. Por eso el hombre llamará “Madre” a Sión. ¿Qué hombre? El hombre que ha sido hecho en ella. El hombre nació en ella y Él mismo la ha fundado. ¿Cómo puede ser esto? Por qué en ella fuera hecho hombre, Él mismo la ha fundado? Entendedlo así, si podéis. Dirá a Sión “Madre”, el mismo hombre que ha sido hecho en ella, pero, fíjate, no lo ha fundado el hombre, sino el mismo Altísimo en persona. Él fundó la ciudad en la cual tenía que nacer, del mismo modo que creó la madre de la cual nacería. ¿Qué es todo esto, hermanos? ¡Qué grandes son las promesas y esperanzas que tenemos! Ya veis como el Altísimo, que por nosotros fundó la ciudad, la llama para nosotros “Madre” y en ella fue hecho hombre y el Altísimo la ha fundado” (In Ps 86,7).
La maternidad de la Iglesia tiene un icono representado, en sentido teológico, en la persona de santa Maria. Ellas, Maria y la Iglesia, en unidad de misterio, son la ciudad mística. La liturgia, tanto la oriental como la occidental, lo considera un Salmo mariano. Maria es cuasi sacramento de la maternidad de la Iglesia. Ella que fue madre de la Cabeza y también del Cuerpo. Madre del Hijo, también de los hermanos.
También es bellísimo el versículo 8: “El Señor escribirá en el registro de los pueblos: “Éste ha nacido allí”. El verso es coreado por los cantores y los danzantes: “Y cantarán mientras danzan: “todas mis fuentes están en ti”. El canto y la danza son expresión de la alegría más alta, la misma que el Señor anunció a los apóstoles cuando los dijo que sus nombres estaban escritos en el cielo. He aquí que la Jerusalén del cielo será motivo de alegría para toda la humanidad. Jerusalén será la ciudad de la eterna alegría: “Gritad jubilosos, habitantes de Sión, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel” (Is 12,6).
Hay una bellísima literatura sobre la interpretación mariana del Salmo. Nos hace pensar este Salmo en la Misa matinal que los miembros de la escolania de Montserrat cantaban “in sacella Virginis”, una Misa que comenzaba con el canto de entrada: “Germinans, germinabit”. Es el Salmo responsorial de la solemnidad de la Virgen de Montserrat. El Salmo se canta en los Laudes del jueves de la tercera semana y en el Común de la Virgen María.
Ant. ¡Qué pregon tan glorioso para ti, Ciudad de Dios!
Tiempo pascual: Cantaremos mientras danzamos: “Todas mis Fuentes están en ti, Ciudad de Dios”. Aleluya.
Salmo 86 – Himno a Jerusalén, madre de todos los pueblos.
Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a las morades de Jacob.
¡Qué pregon tan glorioso para ti,
Ciudad de Dios!
“Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes
han nacido allí”.
Se dirà de Sión: “Uno por uno
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado”.
El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
“Éste ha nacido allí”.
Y cantarán mientras danzan:
“Todas mis Fuentes están en ti”.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
Por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. ¡Qué pregon tan glorioso para ti, Ciudad de Dios!
Tiempo pascual: Cantaremos mientras danzamos: “Todas mis Fuentes están en ti, Ciudad de Dios”. Aleluya.
Seños Jeús, que lloraste al contemplar Jerusalén que sería destruida por su infidalidad y has fundado una nueva Jerusalén, madre de todos los creyentes; concede que nos gloriemos siempre de ser hijos de la Iglesia, tu Esposa amada. Y te pedimos que todos los hombres, nuestros hermanos, sean contados entre los hijos de la Jerusalén del cielo. Tu que vives y reines por los siglos de los siglos. Amén.
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