"Esto no es unidad para gente
que se muere. Es para gente que vive el último tramo de su vida"
Apostamos por la vida, y por su
dignidad, en todo momento. De la muerte no se habla, pero es una parte
fundamental de la vida, y si queremos defenderla, también debemos cuidarla. Y
compartirla
En vísperas de celebrar el Día de Todos los Santos (y los
difuntos), ha vuelto a abrirse el debate sobre la eutanasia, la muerte digna y
el dolor. ¿Cuál es la postura de la Iglesia? ¿Cuál debe ser? En este punto, los camilos son maestros y testigos del sufrimiento y el
acompañamiento. Hoy,
les presentamos su “Unidad de Cuidados Paliativos”, un lugar único en el mundo
y, se lo aseguro, una experiencia difícil de olvidar.
La
Unidad de Cuidados Paliativos San Camilo (UCP) de los Religiosos Camilos está
ubicada dentro del Centro San Camilo de Tres Cantos (Madrid), está acreditada y
concertada con el SERMAS (Servicio Madrileño de Salud). Su objetivo no es otro
que el de ofrecer la mayor calidad de vida posible a personas con enfermedades
avanzadas e irreversibles, así como a sus familias. El respeto, el acompañamiento, la dulzura y la sensibilidad son
claves en los últimos momentos.
Después
de más de un cuarto de siglo de trabajo especializado, la UCP es fiel reflejo
del espíritu camilo, y del propio Evangelio: acompañar al que sufre, y
experimentar el final de la vida como un espacio más de la propia vida.
Que hay que vivir. El espacio, una planta más de un hospital, es completamente
distinto a cualquier otra cosa que se haya visto.
En primer lugar, se trata de un espacio luminoso, donde los
aparatos médicos están cuidadosamente colocados para que no estorben, ni
humillen, ni asusten. Muchísima luz, espacios amplios y zonas
comunes, con estancias divididas en torno a distintas temáticas: la
música, la literatura, la escultura, la pintura... Con distintos colores y
tonos.
Cada
habitación es absolutamente especial, y adaptada a las necesidades del paciente
y sus familias. "La intención es que quienes están en la UCP se sientan
como en casa", el alma mater de este proyecto. Tanto es así que hay
espacio para los familiares, incluso para los animales de compañía. Y los
pacientes pueden elegir entre habitaciones más privadas u otras, incluso, con
salida a los jardines y los patios.
Cada
habitación, como decíamos, cuenta no sólo con una cama para el paciente, sino
con un sofá convertible en cama para el acompañante, televisión libre de pago,
nevera, mesa de trabajo, dos estanterías con forma de paleta de pintar, de
librería, o de media guitarra, reloj, crucifijo, conexión a hilo
musical y los servicios propios de telefonía, interfonía y conexión a datos vía
cable o inalámbrica.
Entramos
en una de ellas, y nos sorprende contemplar cómo la pared cuenta con dos párrafos de El Quijote. Uno, adaptado a la lectura
del visitante. El otro, en el techo, para que el paciente postrado también
pueda leerlo. A nadie, nunca, se le había ocurrido cosas así. Tan sencillas,
tan hermosas. Toda la visita es un continuo erizar de los cabellos. Unos
instantes a flor de piel, con sonrisas de desconocidos, alguna lágrima y una
sensación de familia indescriptible.
Al
final del viaje, al fondo de la sala, cruzando el jardín, encontramos "La Bodega". Un espacio de reunión, y de
celebración, donde muchos de los que están pasando por la ultimísima etapa de
su vida pueden, incluso, organizar su propia "última cena" y
despedirse. "Apostamos por la vida, y por su dignidad, en todo momento. De
la muerte no se habla, pero es una parte fundamental de la vida, y si queremos
defenderla, también debemos cuidarla. Y compartirla", asumen los
responsables del centro.
Uno
de los pilares fundamentales de este ala del hospital (porque no deja de ser un
hospital, al tiempo que una segunda casa, y un rincón para el desahogo -muchos
familiares acuden al servicio de escucha de San Camilo, o utilizan las
"salas de duelo" para, llegado el caso, llorar, gritar o rezar en los
momentos de desesperación, que también se dan).
Y
es que, en España, los cuidados paliativos no están reconocidos como
especialidad, hasta el punto de que un médico puede pasar sus cinco
años sin leer una sola línea sobre los cuidados al final de la vida.
"Al final, la idea fundamental en la que tenemos que trabajar
es la continuidad de cuidados. Si conseguimos un sistema
sanitario que esté donde esté el enfermo, y que éste pueda decidir dónde vivir
y dónde poder ser atendido, sabiendo que tiene una enfermedad avanzada,
progresiva, incurable, sería estupendo".
"Si
encima conseguimos que el vocabulario, la atención y la forma de
cuidado sea igual en la Atención Primaria que en el hospital o en un centro de cuidados medios, eso
ya sería maravilloso", sonríe, incidiendo en que "la continuidad en
los cuidados es clave, y hablar el mismo idioma", ya sea en Oncología,
Geriatría o Paliativos.
En
el trasfondo del desconocimiento acerca de los cuidados paliativos está el
silencio sobre la muerte. "En estos dos últimos siglos hemos cambiado
mucho. La muerte era asumida, hablada y coordinada. La gente moría
rodeado de los suyos. El
que iba a fallecer hablaba de lo que dejaba a cada uno. Los deudos vestían
luto. Todo ese proceso de duelo estaba mucho más determinado, acompañado y
asumido".
"Pero
empezamos a hablar de inmortalidad, y entramos en una especie de delirio de que
no pasaba nada, y la muerte empezó a ser hospitalaria y escondida.
Las morgues y los velatorios estaban en los hospitales, en los sitos más
escondidos para que no vieran. Y se daba la paradoja de entrar el médico en la
habitación y pedir a los familiares que se salieran para atender al paciente.
Estar fuera y cuando salía el médico, decir: 'Ya pueden pasar, su familiar ha
fallecido'. Un absurdo completo", reflexiona.
La
idea que defienden los camilos está en "dar la vuelta a esa
situación" y entender que la muerte existe desde el principio de los
tiempos. "Forma parte de la vida y hay
que asumirlo. No debe de ser una muerte apartada. Esto no significa
que haya que estar pensando continuamente en ella. Pero sí, saber que es una
situación real que se va a producir no solo en nuestro entorno, sino en
nosotros mismos".
Eso
se vive, y se palpa, a cada instante, en la Unidad de San Camilo de Tres
Cantos. "Y, por supuesto, poder decidir cuando estás en una situación
avanzada de la enfermedad. Estás vivo hasta que te mueres. Esto no
es unidad para gente que se muere. Es para gente que vive el último tramo de su
vida". Una sutil pero importantísima diferencia.
El debate no
es tanto sobre si hay que impulsar o no los testamentos vitales, sino
"integrar esta situación en la vida, y que las familias puedan saber qué
quiere uno para vivir, y qué para morir".
¿Qué
tiene San Camilo que lo haga tan diferente al resto? "Una filosofía de contacto con el enfermo y la familia. De trabajo en equipo, de familia y de
entorno agradable. De hacer que la casa venga aquí. Son muchas cosas. Ambiente,
entorno, luz".
Y
lo cierto es que, cuando entras, no crees que estás en un hospital. El ambiente
de trabajo y de equipo, la comunicación, hace que todo sea distinto. Aquí, todo
el mundo sonríe, se conoce por sus nombres, sabe las manías y los gustos de
cada residente. Y, por supuesto, a nadie se le pregunta en qué
cree y qué defiende. La idea es "acoger", que es una de las palabras clave del
centro.
"Cada familia tiene su historia. Tienen sus pérdidas, y unas
las han trabajado y otras no. Por eso, ese clima de confianza es el que hace que
muchas veces se dejen ir, y que acepten muchas cosas que en otros momentos no
aceptarían", explica Pablo, para quien "nuestro trabajo no
es cambiarlas, sino que entiendan lo que está sucediendo y que sean capaces de
vivir esa situación de pérdida, que es muy triste, y ese dolor no se lo vamos a
quitar. Pero sí que van a ser capaces de hacer este tránsito de la pérdida y
recuperarse para el futuro de una forma mucho más satisfactoria. Todo lo que
tenían que hacer o lo que tenían que decir, lo han hecho o lo han dicho. A partir de ahí, y a pesar del dolor, la familia se recompone y
puede seguir viviendo".
¿Es
asumible este modelo en el sistema sanitario español? "No solo es que sea
asumible, sino que tenía que ser importante el cambio. Se puede plantear cuánto
costaría hacer un hospital como este o adecuar en uno que ya exista, una zona
en la que el entorno sea agradable, que sea luminoso, espacioso y que la
familia tenga un lugar donde pueda descansar", defiende. Y, especialmente,
"ver lo que significan los cuidados paliativos para un sistema sanitario,
en cuanto a lo que suponen de ahorro. Esta es la tremenda lucha con los
gestores. Los cuidados paliativos,
ahorran".
¿Cómo?
"Como te lo digo. Ahorran en urgencias hospitalarias, en pruebas
innecesarias, en estancias hospitalarias. Hay que racionalizar el gasto
decidiendo qué analíticas hay que hacer y qué medicación utilizar. Es muy
sencillo, no tenemos que utilizar la medicación que llevamos utilizando toda la
vida, sino la específica. Procurar que el enfermo esté
con el mayor confort posible en los últimos momentos de su vida. Quitando las medicaciones que no son
necesarias. Cuando uno va ajustando tratamientos, las pruebas diagnósticas y
las analíticas en esta situación, el ahorro es de tal calibre, que no hay
discusión posible".
El
problema no es tanto de financiación, como de actitud. "Tenemos que hacer
entender a Atención Primaria, que parte de su atención es a la vida, hasta el
final. Y que no pueden desentenderse", señala Pablo. "No requiere ningún esfuerzo económico.
Requiere un esfuerzo de formación y de conciencia. Un cambio en la educación de los
familiares. Ir a urgencias no significa que te vayan a atender mejor. Lo peor
que se le puede hacer a un enfermo en estas circunstancias es sacarlo de casa y
que le hagan mil pruebas".
La
conversación se interrumpe en varias ocasiones, porque aparece una enfermera,
un familiar, un grupo de escolares con los ojos abiertos porque jamás
imaginarían que "eso" es un hospital. Un lugar de luz, donde se sigue viviendo en plenitud en los
últimos momentos. Donde se defiende la vida hasta el final, donde se
trabaja por la dignidad en cada momento. Muchos familiares, cuando todo acaba,
se convierten en asiduos del centro, en voluntarios, colaboradores, amigos...
En una muestra de que el modelo funciona, es mucho más humano. Y, por supuesto,
repleto de Evangelio de la cabeza a los pies.
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