Es
difícil perdonar, Señor.
Cuando
nos han hecho daño,
apenas
podemos recordar
que
nosotros somos los primeros
que
hemos sido perdonados por ti;
infinitamente
más de lo que nosotros
perdonamos
a los hermanos.
A lo
largo de nuestra historia...
¡cuántas
cosas malas hemos hecho
y tú,
Señor, nos las has perdonado!
Tú no
te cansas de ofrecer siempre tu perdón
cada
vez que te lo pedimos.
Es un
perdón pleno, total,
con el
que nos das la certeza de que,
aun
cuando podemos recaer en los mismos pecados,
tienes
piedad de nosotros y no dejas de amarnos.
Tu
perdón no conoce límites;
va más
allá de nuestra imaginación
y
alcanza a quien reconoce, en lo íntimo del corazón,
haberse
equivocado y quiere volver a Él.
Tú
miras el corazón que pide ser perdonado,
y lo
llenas de paz.
Pero,
aun así, nos cuesta perdonar.
Cuando
nosotros estamos en deuda con los demás,
pretendemos
la misericordia;
en
cambio cuando nos deben, invocamos la justicia.
Y
todos hacemos así, todos.
A
veces vivimos encerrados en el rencor
y
arruinamos nuestra propia vida y la de los demás,
en
lugar de encontrar la alegría de la serenidad y de la paz.
Enséñanos
a perdonar, y a hacerlo sin límites, como tú:
«No te
digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete».
Que no
nos limitemos a lo justo;
que
sepamos mostrarnos como discípulos
que
han obtenido gratuitamente misericordia a los pies de la cruz;
que
sepamos contagiar al mundo la alegría
de ser
perdonados y de perdonar.
Amén
Inspirada en el discurso del Papa Francisco en Asís (4
de agosto de 2016)
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