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martes, 7 de noviembre de 2017

ENSEÑANZAS DEL PAPA



Buenos días mis queridos hermanos, con mucho cariño les adjunto la presentación con las palabras del Papa Francisco en su última catequesis referente a la esperanza cristiana y lo que dijo previo al rezo del ángelus; en documento de word les comparto las homilías correspondientes a la semana anterior.

Dios les colme de bendiciones.


FUENTE ACI PRENSA

HOMILÍAS

VATICANO, 23 Oct. 17 / 04:07 am (ACI).- El Papa Francisco hizo una fuerte denuncia sobre aquellos que viven sólo para el dinero y para poseer bienes, lo que es una “idolatría que mata” a muchos niños.

Francisco aludió a los tiempos actuales en los que hay “tantas calamidades, tantas injusticias”, y deseó que se acerquen a Dios y “no adoren al dios dinero”. En la homilía que pronunció en la Misa matutina en la Casa Santa, el Santo Padre se refirió a los que intentan “alargar la vida” con el uso del dinero, entrar “en ese movimiento del consumismo desesperado”.

“Es Dios el que pone límite a este estar apegado al dinero. Cuando el hombre se convierte en esclavo del dinero. Y esta no es una fábula que Jesús se inventa: esta es la realidad. Es la realidad de hoy. Tantos hombres que viven para adorar el dinero, para hacer del dinero su propio dios”.

“Tantas personas –continuó– que viven solo por esto y su vida no tiene sentido” y “no saben qué es enriquecerse de Dios”. El Papa contó algo que ocurrió en Argentina: “Un rico empresario, incluso sabiendo que estaba gravemente enfermo, compró tercamente una villa sin pensar que en poco tiempo tendría que presentarse ‘ante Dios’”.

También hoy existen estas personas, gente que posee “tantísimo” frente a “niños hambrientos que no tienen medicinas, que no tienen educación, que están abandonados”. Es “una idolatría que asesina”, que hace “sacrificios humanos”.

“Esta idolatría hace morir de hambre a mucha gente. Pensemos solamente en un caso: 200 mil niños rohinyá (grupo étnico musulmán que sufre persecución en Bangladesh) en los campos de prófugos. Allí hay 800 mil personas. 200 mil son niños. No es una cosa que el Señor decía en aquellos tiempos: no, es hoy”.

“Nuestra oración debe ser fuerte: Señor, por favor, toca el corazón de estas personas que adoran a dios, al dios dinero. Toca también mi corazón para que yo no caiga en eso, que yo sepa ver”.

Otra “consecuencia” es la guerra. “Todos nosotros sabemos qué ocurre cuando hay en juego una herencia: las familias se dividen y terminan odiándose, una a la otra”.

“Enriquecerse de Dios es el único camino. La riqueza, pero en Dios. Y no es un desprecio por el dinero, no. Es el de la codicia, como dice Él: la codicia. Vivir apegado al dinero”, concluyó.

VATICANO, 24 Oct. 17 / 05:07 am (ACI).- Durante la Misa celebrada en la Casa Santa Marta, en el Vaticano, el Papa Francisco meditó sobre el misterio de Jesucristo, que se entregó hasta la muerte por amor a la humanidad, y explicó que mediante la confesión y la oración se puede llegar a comprender ese misterio.

En su homilía, el Papa destacó la importancia de que los cristianos entren en ese misterio y mediten sobre él. El Santo Padre sostuvo su homilía en la Letra de San Pablo a los Romanos, en la cual se emplea el recurso de la contraposición de conceptos: pecado-desobediencia, gracia-perdón.

El Papa afirmó que cuando se asiste a Misa se tiene la conciencia de que Él está en la Palabra, pero eso no basta para poder entrar en el misterio. “Entrar en el misterio de Jesucristo exige más, es dejarse llevar a ese abismo de misericordia donde no hay palabras, solo el abrazo del amor. El amor que Él experimenta por nosotros hasta la muerte”.

En este sentido, se refirió a la confesión como un elemento esencial para comprender ese misterio, porque “cuando acudimos a la confesión porque hemos pecado –continuó el Pontífice–, decimos nuestros pecados al confesor y nos quedamos tranquilos y contentos. Si sólo hacemos eso, no hemos entrado en el misterio de Jesucristo. Por el contrario, su acudo a la confesión, acudo a encontrarme con Jesucristo, a entrar en el misterio de Jesucristo, a entrar en ese abrazo de perdón del cual habla Pablo, de aquella gratuidad del perdón”.

Precisamente, dejarse arrastrar por la gracia de Cristo que proviene de la confesión es la mejor vía para entender el misterio de

Jesucristo: “Entender el misterio de Jesucristo no es una cosa de estudio. A Jesucristo se le entiende sólo con la gracia”.

Como complemento de la confesión, el Papa Francisco destacó que el Via Crucis resulta de gran ayuda, pues en él se encuentra “el abrazo de perdón y de paz”.

“Es bello hacer el Via Crucis –indicó Francisco–. Hacerlo en casa, pensando en el momento de la Pasión del Señor. También los grandes santos lo recomendaban siempre para comenzar la vida espiritual con este encuentro con el misterio de Jesús crucificado”.

También recordó cómo “Santa Teresa aconsejaba a las religiosas que para llegar a la oración de contemplación la más elevada oración que ella tenía era comenzar con la meditación de la Pasión del Señor. La Cruz con Cristo. Cristo en la Cruz. De ese modo, trataba de comprender con el corazón ‘cómo me amó y cómo se dio a sí mismo por mí’, ‘cómo se dio a sí mismo hasta la muerte por mí’”.

El Papa finalizó su homilía invitando a mirar al crucifijo al comenzar la oración, pues es “el icono del misterio más grande de la creación y de todo. Cristo crucificado es el centro de la historia, el centro de mi vida”. VATICANO, 26 Oct. 17 / 04:21 am (ACI).- La lucha contra el mal “no da tranquilidad, sino paz” y es necesaria para “cambiar de vida, cambiar de camino”. Es por tanto “una llamada a la conversión”.

En la homilía que pronunció en la capilla de la Casa Santa Marta, habló de “cambiar la forma de pensar, cambiar la manera de escuchar”. “Tu corazón que era mundano, pagano, se transforma ahora en cristiano con la fuerza de Cristo: cambiar. Esta es la conversión”. Y “cambiar en el modo de actuar: tus obras deben cambiar”, invitó

La conversión “involucra todo, cuerpo y alma, todo”. “Es un cambio, pero no es un cambio que se hace con maquillaje: es un cambio que hace el Espíritu Santo, dentro. Y yo lo debo hacer mío para que el Espíritu pueda actuar, y esto significa luchar”.

“No existen cristianos tranquilos que no luchan”, añadió. “Esos no son cristianos, son tibios”. En este sentido señaló que la tranquilidad

para dormir “la puedes encontrar también con una pastilla”, pero “no existen pastillas para la paz”.

“Solo el Espíritu Santo” puede dar “esa paz del alma que dará fortaleza a los cristianos”. “Y nosotros debemos ayudar al Espíritu Santo haciendo un espacio en nuestro corazón”. “Y nos ayuda mucho el examen de conciencia, de todos los días”, para “luchar contra las enfermedades del Espíritu, aquellas que siembra el enemigo y que son enfermedades de mundanidad”.

Francisco subrayó que “la lucha que ha llevado Jesús contra el diablo, contra el mal, no es algo antiguo, sino una cosa muy moderna. Es cosa de hoy, de todos los días” porque “es fuego que Jesús ha venido a llevarnos a nuestro corazón”.

El Papa invitó a preguntarse “cada día”: “¿Cómo he pasado de la mundanidad, del pecado a la gracia?, ¿he hecho espacio al Espíritu Santo para que Él pueda actuar?”.

“Las dificultades en nuestra vida no se resuelven aguando la verdad. La verdad es esta, Jesús ha llevado fuego y lucha, ¿qué hago yo?”.

Además, para la conversión se necesita tener “un corazón generoso y fiel”, concluyó.

CATEQUESIS

FUENTE ACI PRENSA VATICANO, 25 Oct. 17 / 04:46 am (ACI).- Si la semana anterior el Papa Francisco dedicó su catequesis en la Audiencia General del miércoles a la “muerte”, en esta ocasión hizo lo propio con el “Paraíso”.

El Pontífice explicó que “el paraíso no es un lugar como en las fábulas, ni mucho menos un jardín encantado. El paraíso es el abrazo con Dios, Amor infinito, y entramos gracias a Jesús, que ha muerto en la cruz por nosotros”.

A continuación, el texto completo de la catequesis:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Esta es la última catequesis sobre el tema de la esperanza cristiana, que nos ha acompañado desde el inicio de este año litúrgico. Y concluiré hablando del paraíso, como meta de nuestra esperanza.

«Paraíso» es una de las últimas palabras pronunciadas por Jesús en la cruz, dirigido al buen ladrón. Detengámonos un momento en esta escena. En la cruz, Jesús no está sólo. Junto a Él, a la derecha y a la izquierda, están dos malhechores. Tal vez, pasando delante de esas tres cruces izadas en el Gólgota, alguien exhaló un suspiro de alivio, pensando que finalmente se hacía justicia condenando a muerte a gente así.

Junto a Jesús esta también un reo confeso: uno que reconoce haber merecido aquel terrible suplicio. Lo llamamos el “buen ladrón”, el cual, oponiéndose al otro, dice: nosotros recibimos lo que hemos merecido por nuestras acciones (Cfr. Lc 23,41).

En el Calvario, ese viernes trágico y santo, Jesús llega al extremo de su encarnación, de su solidaridad con nosotros pecadores. Ahí se realiza lo que el profeta Isaías había dicho del Siervo sufriente: «fue contado entre los culpables» (53,12; Cfr. Lc 22,37).

Es ahí, en el Calvario, que Jesús tiene la última cita con un pecador, para abrirle también a él las puertas de su Reino. Esto es interesante: es la única vez que la palabra “paraíso” aparece en los evangelios. Jesús lo promete a un “pobre diablo” que en la madera de la cruz ha tenido la valentía de dirigirle el más humilde de los pedidos: «Acuérdate de mí cuando entraras en tu Reino» (Lc 23,42). No tenía obras de bien por hacer valer, no tenía nada, sino se encomienda a Jesús, que lo reconoce como inocente, bueno, así diverso de él (v. 41). Ha sido suficiente esta palabra de humilde arrepentimiento, para tocar el corazón de Jesús.

El buen ladrón nos recuerda nuestra verdadera condición ante Dios: que nosotros somos sus hijos, que Él siente compasión por nosotros, que Él se derrumba cada vez que le manifestamos la nostalgia de su amor. En las habitaciones de tantos hospitales o en las celdas de las prisiones este milagro se repite numerosas veces: no existe una persona, por cuanto haya vivido mal, al cual le quede sólo la desesperación y le sea prohibida la gracia. Ante Dios nos presentamos todos con las manos vacías, un poco como el publicano de la parábola que se había detenido a orar al final del templo (Cfr. Lc 18,13). Y cada vez que un hombre, haciendo el último examen de conciencia de su vida, descubre que las faltas superan largamente a las obras de bien, no debe desanimarse, sino confiar en la misericordia de Dios. ¡Y esto nos da esperanza, esto nos abre el corazón!

Dios es Padre, y hasta el último espera nuestro regreso. Y al hijo prodigo que ha regresado, que comienza a confesar sus culpas, el padre le cierra la boca con un abrazo (Cfr. Lc 15,20). ¡Este es Dios: así nos ama!

El paraíso no es un lugar como en las fábulas, ni mucho menos un jardín encantado. El paraíso es el abrazo con Dios, Amor infinito, y entramos gracias a Jesús, que ha muerto en la cruz por nosotros. Donde esta Jesús, hay misericordia y felicidad; sin Él existe el frio y las tinieblas. A la hora de la muerte, el cristiano repite a Jesús: “Acuérdate de mí”. Y aunque no existiese nadie que se recuerde de nosotros, Jesús está ahí, junto a nosotros. Quiere llevarnos al lugar más bello que existe. Quiere llevarnos allá con lo poco o mucho de bien que existe en nuestra vida, para que nada se pierda de lo que ya Él había redimido. Y a la casa del Padre llevará también todo lo que en nosotros tiene todavía necesidad de redención: las faltas y las equivocaciones de una entera vida. Es esta la meta de nuestra existencia: que todo se cumpla, y sea transformado en el amor.

Si creemos en esto, la muerte deja de darnos miedo, y podemos incluso esperar partir de este mundo de manera serena, con mucha confianza. Quien ha conocido a Jesús, no teme más nada. Y podremos repetir también nosotros las palabras del viejo Simeón, también él bendecido por el encuentro con Cristo, después de una entera vida consumida en la espera: «Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación» (Lc 2,29-30).

Y en ese instante, finalmente, no tendremos más necesidad de nada, no veremos más de manera confusa. No lloraremos más inútilmente, porque todo es pasado; incluso las profecías, también el conocimiento. Pero el amor no, es lo que queda. Porque «el amor no pasará jamás» (Cfr. 1 Cor 13,8).

ÁNGELUS

VATICANO, 29 Oct. 17 / 06:19 am (ACI).- El Papa Francisco afirmó, durante el rezo del Ángelus este domingo 29 de octubre en la Plaza de San Pedro del Vaticano, que el amor a Dios y al prójimo es el principal Mandamiento, como recordó Jesús, y que sin amor no sirve de nada cumplir los Mandamientos y hacer buenas obras.

Antes del rezo del Ángelus, el Papa comentó el Evangelio del día en el que un grupo de fariseos trata de poner a prueba a Jesús y le preguntan: “Maestro, ¿cuál es el principal mandamiento de la Ley?”.

Francisco explicó que la pregunta de los fariseos era maliciosa “porque en la Ley de Moisés se mencionan seiscientos preceptos. ¿Cómo distinguir entre todos ellos el principal? Pero Jesús no entra en el juego de los fariseos y les contesta: ‘Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente’. Y luego añade: ‘Y amarás a tu prójimo como ti mismo’”.

“Esta respuesta de Jesús –continuó el Santo Padre– no resultaba tan obvia, porque entre los múltiples preceptos de la ley hebraica, los más importantes eran los diez Mandamientos comunicados directamente por Dios a Moisés como condición del pacto de alianza con el pueblo”.

Pero Jesús, con su respuesta, “les hace entender que sin el amor por Dios y por el prójimo no hay una verdadera fidelidad a esa Alianza con el Señor. Puedes hacer muchas cosas buenas, cumplir muchos preceptos, pero si no tienes amor, eso no sirve”.

En realidad, como argumentó el Pontífice, Jesús con esa afirmación no está diciendo nada en contra de la Ley de Moisés, más bien la está confirmando, pues en el mismo Libro del Éxodo, denominado también ‘código de la Alianza’, se dice que “no se puede estar en la Alianza con el Señor y maltratar a aquellos que gozan de su protección: la viuda, el huérfano y el extranjero, el emigrante…, es decir, aquellas personas más solas e indefensas”.

Con su respuesta a aquellos fariseos que le habían interrogado “Jesús trata de ayudarles a poner en orden su religiosidad, a jerarquizar lo que verdaderamente cuenta frente a lo que es menos importante”. Siguiendo ese principio, “Jesús vivió su propia vida predicando y obrando aquello que verdaderamente cuenta y aquello que es esencial, es decir, el amor. El amor impulsa y da fecundidad a la vida y al camino de fe: sin amor, tanto la vida como la fe resultan estériles”.

“Lo que Jesús propone en esta página evangélica es un ideal maravilloso que se corresponde con el deseo auténtico de nuestro corazón”, subrayó. “De hecho, hemos sido creados para amar y para ser amados. Dios, que es Amor, nos ha creado para hacernos partícipes de su vida, para ser amados por Él y para amarlo, y para amar con Él a todas las demás personas. Ese es el sueño de Dios para los hombres”.

Para poder cumplir ese deseo de Dios, “necesitamos su gracia, necesitamos recibir la capacidad de amar que procede del mismo Dios. Jesús se ofrece a nosotros en la Eucaristía precisamente para esto”, concluyó.

VATICANO, 29 Oct. 17 / 08:18 am (ACI).- Tras el rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro del Vaticano este domingo 29 de octubre, el Papa Francisco dirigió a los congregados unas palabras de acción de gracias por la Beatificación del Beato Giovanni Schiavo en Caxias do Sul, estado brasileño de Río Grande del Sur.

“Ayer en Caxias do Sul, en Brasil, ha sido proclamado Beato Giovanni Schiavo, sacerdote de los Josefinos de Murialdo”, señalo el Santo Padre.

“Nacido en las colinas vicentinas a comienzo del siglo XX, fue enviado de joven como sacerdote a Brasil, donde trabajó con celo al servicio del pueblo de Dios y de la formación de los religiosos y de las religiosas. Su ejemplo nos ayuda a vivir en plenitud nuestra adhesión a Cristo y al Evangelio”.

El P. Giovanni Schiavo nació en Sant’Urbano de Montecchio Maggiore, Italia, el 8 de julio de 1903. Se ordenó sacerdote el 10 de julio de 1927 y, cuatro años después, partió a Brasil como misionero.

Su Beatificación se aprobó después de demostrarse la autenticidad del milagro producido por su intercesión que permitió la curación de Juvelino Carra, vecino de Caxias do Sul que padecía una grave enfermedad intestinal que le provocaría la muerte de forma inminente.

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