Me
llamas a convertirme
en
agua para el sediento,
en
risa para quien llora,
en
tiempo del que está solo.
Me
pides que me transforme
en
brisa para el cansado,
en
techo para quien vaga,
en
cura para el enfermo.
Me
dices: «Sé luz para el ciego,
y
palabra para el mudo,
sé
las piernas del herido
que
no puede sostenerse».
Me
llamas a convertirme, Señor,
Y
aquí estoy. Débil,
con
toda mi pobreza,
sin
saber bien cómo responder,
por
dónde empezar
o
qué pasos dar.
Pero
aquí estoy, Señor.
Y
tú me llamas a convertirme.
José
María R. Olaizola, SJ
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