San Pablo de Tarso, el Apóstol de los Gentiles, plasmó una página
singular, por lo profunda, sublime, gozosa y rica: el Himno al AMOR
PRIMERA
CARTA A LOS CORINTIOS
Aunque yo hablara todas las
lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana
que resuena o un platillo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía y
conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una
fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque
repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a
las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada.
El amor es paciente, es
servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede
con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal
recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El
amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor no pasará jamás.
Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá; porque
nuestra ciencia es imperfecta y nuestras profecías, limitadas. Cuando llegue lo
que es perfecto, cesará lo que es imperfecto. Mientras yo era niño, hablaba
como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño, pero cuando me hice
hombre, dejé a un lado las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo, confusamente;
después veremos cara a cara. Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré
como Dios me conoce a mí. En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la
esperanza y el amor, pero la más grande de todas es el amor.
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