A
ti, Señor, levanto mis ojos,
a
ti que habitas en el cielo y entre los hijos de los hombres.
Levanto
mis ojos de donde viene mi esperanza.
La
esperanza me llega a borbotones de tu inmenso amor,
de
que no te olvidas nunca de mí.
Muchos
hombres ponen su esperanza
en
que tengan suerte en el juego,
en
que todo les salga bien,
en
la solución de sus problemas.
Mi
esperanza es pronunciar tu nombre.
Mi
alegría se llama conocerte,
saber
de tu bondad infinita,
más
allá de donde alcanza mi razón.
Tú
eres una puerta abierta,
una
ventana llena de luz.
Cuando
los hombres me miran,
me
preguntan por qué sigo creyendo,
por
qué Tú sigues siendo mi esperanza, me digo:
si
te conocieran, si supieran sólo un poco de ti,
si
ellos descubrieran lo que tú me has dado,
estoy
seguro de que no dirían lo que dicen;
pues
Tú eres maravilloso, acoges mis pies cansados.
Por
eso, por todo y por siempre,
Tú,
Señor, eres mi esperanza.
Gloria
al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo,
como
era en el principio, ahora y siempre,
por
los siglos de los siglos. Amén
Venid
a un sitio tranquilo;
a
un lugar apartado del bullicio agobiante
que
nos acompaña día y noche;
a
un lugar retirado
de
vuestros negocios y preocupaciones,
de
vuestras falsas necesidades;
a
un lugar apropiado para encontraros
con
Dios, entre vosotros y con vosotros mismos.
Venid
a un sitio adecuado
para
reparar fuerzas.
Y
descansad un poco.
Detened
vuestro ritmo alocado.
Haced
un alto en el camino.
Sosegaos
de tanto ajetreo.
Que
se calmen vuestros nervios.
Que
se serene vuestro espíritu.
Dejad
la mochila a un lado,
quitaos
las sandalias
y
lavaos el cuerpo entero
para
reparar fuerzas.
Los
que estáis rendidos y agobiados,
los
que vivís bajo el yugo de las responsabilidades,
los
que soportáis el peso de los compromisos
y
de las obligaciones ineludibles,
los
que camináis con los ojos tristes
y
la espalda doblada,
los
que ya sólo divisáis niebla en el horizonte,
los
que no sabéis vivir sin cargas y cruces,
echad
el freno y apearos
para
reparar fuerzas.
Yo
os aliviaré.
Os
sanaré la mente.
Tonificaré
vuestro corazón.
Curaré
vuestras heridas.
Vigorizaré
vuestro cuerpo.
Calmaré
vuestra ansiedad.
Os
quitaré las pesadillas...
Estaré
con vosotros en todo momento.
Tomaos
un respiro conmigo
para
reparar fuerzas.
Venid
conmigo, amigos.
Gozad
este momento y lugar.
Gustad
todo lo suyo –que es vuestro–:
las
verdes praderas, las aguas frescas,
los
árboles frondosos,
el
horizonte abierto...
Descansad
sin prisas y sin miedo.
Cargad
las pilas hasta rebosar
y
escuchad mi buena nueva...
para
reparar fuerzas.
Florentino
Ulibarri
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