“Ahí tienes a tu madre” (Jn 19,27). Somos
herederos del amor de Cristo hacia su madre, que es también la nuestra. Y
aprendemos de ella a ser Iglesia misionera y madre.
“La Virgen María… es verdaderamente madre de
los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen en la
Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza … a quien (a María) la
Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de
piedad como a Madre amantísima” (Lumen Gentium, n.53).
“Y esta maternidad de María perdura sin cesar
en la economía de la gracia, desde el momento en que prestó fiel asentimiento
en la Anunciación, y lo mantuvo sin vacilación al pie de la Cruz, hasta la
consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez recibida en los
cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su
múltiple intercesión los dones de la eterna salvación. Con su amor materno
cuida de los hermanos de su Hijo, que peregrinan y se debaten entre peligros y
angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz.
Por eso, la Bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos de
Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora” (Lumen Gentium, n.62)
Ella es “Madre de la Iglesia, es decir,
Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores que
la llaman Madre amorosa” (Pablo VI, 21.11.64).
“María, solícita guía de la Iglesia
naciente, inició la propia misión materna ya en el cenáculo, orando con los
Apóstoles en espera de la venida del Espíritu Santo (cfr. Hech 1,14)”
(Congregación del Culto, 11.2.18).
La Iglesia la recibe como Madre y como
modelo de su propia maternidad:
“Porque en el misterio de la Iglesia que con
razón también es llamada madre y virgen, la Bienaventurada Virgen María la
prece¬dió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la virgen y de
la madre… Dio a luz al Hijo a quien Dios constituyó como primogénito entre
muchos hermanos (Rom., 8,29), a saber, los fieles a cuya generación y educación
coopera con materno amor” (Lumen Gentium, n.63).
“Fue en Pentecostés cuando empezaron
"los hechos de los Apóstoles", como había sido concebido Cristo al
venir al Espíritu Santo sobre la Virgen María, y Cristo había sido impulsado a
la obra de su ministerio, bajando el mismo Espíritu Santo sobre El mientras
oraba” (Ad Gentes, n.4).
La maternidad de María "encuentra una
nueva continuación en la Iglesia y por medio de la Iglesia" (Redemptoris
Mater, n.24). Por esto la Iglesia “aprende de María su propia maternidad
ministerial”, que “se lleva a cabo no sólo según el modelo y la figura de la
Madre de Dios, sino también con su cooperación” (ibídem, nn.43-44).
“La Madre, que estaba junto a la cruz (cf.
Jn 19, 25), aceptó el testamento de amor de su Hijo y acogió a todos los
hombres, personificados en el discípulo amado, como hijos para regenerar a la
vida divina, convirtiéndose en amorosa nodriza de la Iglesia que Cristo ha
engendrado en la cruz, entregando el Espíritu … Cristo elige a todos los
discípulos como herederos de su amor hacia la Madre, confiándosela para que la
recibieran con afecto filial. María, solícita guía de la Iglesia naciente,
inició la propia misión materna ya en el cenáculo, orando con los Apóstoles en
espera de la venida del Espíritu Santo (cf. Hch 1,14) … El crecimiento de la
vida cristiana, debe fundamentarse en el misterio de la Cruz, en la ofrenda de
Cristo en el banquete eucarístico, y en la Virgen oferente, Madre del Redentor
y de los redimidos” (Decreto Congregación del Culto, 11 febrero 2018).
La espiritualidad misionera de cada época histórica
se ha forjado, bajo la acción del Espíritu Santo, “con María la madre de Jesús”
(Hech 1,14): “Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que
sufren dolores de parto hasta que brote la justicia. Ella es la misionera que
se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la
fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros,
lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios”
(Evangelii Gaudium, n.286).
“El pueblo cristiano comprendió desde el
inicio que en las dificultades y en las pruebas es necesario acudir a la Madre…
No serán las ideas o la tecnología lo que nos dará consuelo y esperanza, sino
el rostro de la Madre, sus manos que acarician la vida, su manto que nos
protege … La Madre no es algo opcional … es el testamento de Cristo” (Papa
Francisco, Sta.María Mayor, 28.1.18).
Juan Esquerda Bifet
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