En este decimoséptimo
domingo ordinario se interrumpe la lectura del evangelista San Marcos, que es
el que corresponde al año en curso, y se comienza a leer el célebre capítulo
sexto del evangelio de San Juan, texto largo y fundamental que será dividido en
perícopas para la celebración litúrgica durante varios domingos sucesivos. Todo
el capítulo es una gran catequesis eucarística y cristológica, que se abre con
el milagro de la multiplicación de los panes.
La primera lectura es como
una anticipación en el Antiguo Testamento del gran signo o milagro del Mesías.
Una vez más el Señor muestra lo que puede hacer con “lo poco que es nuestro”
con su gracia y así convierte lo poco en una sobreabundancia.
Las referencias son
claramente eucarísticas y eclesiales. Aparecen las acciones eucarísticas
fundamentales: “tomar el pan, dar gratis y repartirlo”. Así el Señor alimenta a
su pueblo.
Lo que sobra debe ser recogido, con lo que se
llenaron doce canastos.
La Iglesia tendrá una
provisión eterna que deberá ser distribuida a todas las generaciones. Se
anuncia así la Eucaristía.
La multiplicación de los
panes es un signo anunciador de ésta.
Cada domingo el Señor parte
su pan para nosotros y alimenta a su pueblo y por eso hoy la Esposa Iglesia,
contenta, canta en el Salmo: “Abres tu mano y nos sacias”.
Hambre de paz, de unidad,
de salvación. Es el hambre último de la fe, que es precedido del hambre
penúltimo de la justicia y del progreso. Pero ese compromiso social y
compromiso espiritual no son dos cosas distintas, ya que no puede existir
unidad en la fe, sin unidad en el amor.
Y así va formado a la
Iglesia como se describe en la segunda lectura: “Un solo cuerpo y un solo
Espíritu, como es única la esperanza”.
La finalidad primera de la
celebración eucarística es la unidad de la Iglesia.
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