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jueves, 26 de noviembre de 2020

TIEMPO DE ADVIENTO


 

El Año Litúrgico empieza donde termina: no tiene fin en sí mismo. Es un ciclo nunca cerrado, siempre abierto; sabiamente dispuesto, de tal manera que su final debe coincidir con su principio.

 

La solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, termina con la proclamación de la realeza de Cristo.

 

Se inicia el I Domingo de Adviento con el anuncio de la venida escatológica del Señor. En uno y en otro, la perspectiva es la del Señor que viene en la gloria de su Reino.

 

La Palabra celebrada, escuchada, entregada y contemplada en los cuatro Domingos de Adviento intensifica en nosotros la gloria del Señor Resucitado que, viniendo en la carne de su humanidad, viene ahora y siempre en la gracia del Espíritu Santo y vendrá en la gloria del último día.

 

La Iglesia, como Esposa, desea ardientemente esta venida del Señor y con el Espíritu clama incesantemente: Ven, Señor Jesús.

 

Viene en la celebración de los Santos Misterios y también en las obras que los fieles realizan en orden al crecimiento del Reino.

 

Viene para habitar en nosotros: para ser amado, conocido y celebrado.

 

En armonía con los demás ciclos (A y C), el contenido de los Domingos del ciclo B es el siguiente:

 

I Domingo: El retorno del Señor en la gloria y la exhortación a la vigilancia.

 

II Domingo: El inicio del Evangelio de Marcos y la misión de Juan Bautista.

 

III Domingo: Juan Bautista, testigo de la luz.

 

IV Domingo: La anunciación a María.

 

El primero se abre con el horizonte de la salvación escatológica.

 

El segundo y el tercero presentan la venida del Señor tal y como fue preparada y anunciada por Juan el Bautista.

 

Y el cuarto es siempre en los tres ciclos una «anunciación» (en el Ciclo A, el anuncio a José; en el B, el anuncio a María; y en el C, el anuncio a Isabel).

 

Concretamente en el Ciclo B, en el I Domingo se proclama la parte central  del discurso escatológico de Marcos y la exhortación a la vigilancia con la parábola del hombre que se fue de viaje y deja a cada uno encargado de su tarea.

 

En el II Domingo se lee el inicio del Evangelio de Marcos: Jesús, a quien se dan los títulos de Ungido (Cristo) e Hijo de Dios, es precedido por la misión de Juan Bautista en quien se cumple la oda de Isaías: "Yo envío mi mensajero delante de ti".

 

El III Domingo es del Evangelio de Juan (es propio del Ciclo B completar a Marcos con el IV Evangelio): Juan el Bautista, testigo de la luz, voz en el desierto, prepara el camino para el Señor, al que anuncia como Aquél que ya está presente entre los hombres, aunque desconocido.

 

Él es también el siervo que no es digno de desatar la correa de la sandalia del que va detrás de él.

 

En el IV Domingo se proclama la Anunciación a María como el gran Evangelio del Verbo encarnado en el seno de la virgen de Nazaret.

 

Las perícopas evangélicas van precedidas en los tres primeros domingos (en la primera lectura) por oráculos del profeta Isaías, excepto el cuarto domingo, que es del II Libro de Samuel, referente a la alianza davídica.

 

En las segundas lecturas se ilumina la esperanza de la venida del Señor con fragmentos de las cartas de Pablo, excepto el segundo domingo que pertenece a la II de Pedro.

 

Los Salmos convierten los oráculos del profeta en oración.

 

En el primer Domingo el célebre "Qui regis Israel, intende" (Sal 79) típico de Adviento.

 

En el segundo y cuarto los Salmos mesiánicos 84 y 88.

 

El tercer Domingo, obsérvese, se canta el Magnificat de la Madre de Dios.

 

La segunda lectura explicita el texto evangélico en la predicación apostólica.

 

En estas cuatro lecturas se remarca la identidad de los cristianos como los que esperan la venida del Señor.

 

Son expectantes de esta venida y, por consiguiente, la esperanza es su virtud más propia. Una esperanza gozosa y activa por la caridad.

 

Es importante fijarse en los versículos aleluyáticos, que representan una apertura gozosa y pascual al Evangelio que se proclamará.

 

 

 

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