El próximo 6 de junio se
celebra la festividad del Corpus Christi. Este es el mensaje que han publicado
los obispos de la Subcomisión Episcopal de Acción Caritativa y Social con
motivo del Día de la Caridad.
“Conmigo lo hicisteis”
“Cada vez que lo hicisteis
con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40).
En este tiempo de pandemia, con la convicción
de que el Señor camina con nosotros, celebramos la Solemnidad del Corpus
Christi, el Día de la Caridad, en el que estamos haciendo de las dificultades
del momento una gran oportunidad para tocar las llagas de Cristo y descubrir
que, detrás de sus heridas, encontramos el dolor y sufrimiento de nuestros
hermanos abriéndonos al misterio de Cristo crucificado y resucitado donde resplandece
la gloria de Dios.
Dios no deja jamás de estar a
nuestro lado cumpliendo su promesa: “Yo estaré con vosotros todos los días
hasta el fin de los tiempos” (Mt 28, 20). Estos “tiempos recios”, donde se
necesitan amigos fuertes de Dios, invitan a recuperar el sentido de nuestra
vida sabiéndonos frágiles y necesitados de salvación. Una necesidad que se hace
concreta en la vida de cada día, en la projimidad, en la cercanía, en la
fraternidad y en la esperanza cristiana que brotan de la Eucaristía.
En estos tiempos singulares
en los que se están tomando iniciativas excepcionales para evitar y detener el
contagio de un virus trágicamente mortal, todos percibimos cómo se hacen
esfuerzos en muchos lugares de nuestra sociedad para proteger a las personas, a
las familias, incluso a las diversas realidades laborales, de los trágicos
zarandeos que han herido especialmente a los vulnerables y más empobrecidos,
abriendo, así, caminos a la esperanza. En todas esas acciones vamos aprendiendo
a hacernos prójimos, hermanos y hermanas. Como discípulos queremos aprender de
forma nueva que es a Cristo a quien se lo estamos haciendo, y Él siempre nos
responde con su acogida e infinita misericordia.
Entrega
Estar cerca de los pobres,
los más vulnerables, los niños, los enfermos, los discapacitados, los ancianos,
los tristes y solos, los agobiados por la pesadumbre de la existencia nos
cansa, bien por lo abrumador y desbordante de tantas situaciones, bien por la
fragilidad que nos descubren en cada uno, bien porque nos enfrentan a nuestra
debilidad. A este respecto encontramos aliento en las palabras de san Manuel
González: “En la Eucaristía, está el Corazón incansablemente misericordioso,
que a cada quejido de nuestros labios y a cada lágrima de nuestros ojos…
responde – ¡estad ciertos! – con un latido de infinita compasión” (Un corazón
hecho Eucaristía, n 107).
La Eucaristía nos ofrece el
don de poder amasar de forma inseparable la caridad y la vida de los pobres.
¿Cómo vivir la Eucaristía sin estar cerca de aquellos más hambrientos, de
aquellos con quienes Cristo se identifica al tener hambre, sed, estar desnudo,
enfermo o en la cárcel? (Mt 25, 31-46). En esta unión descubrimos la esencia de
la dignidad humana que cobra sentido al enraizarse en el mismo Jesucristo.
Él, por medio del amor hecho
servicio hasta el extremo, ofreciendo su vida, ha llevado a plenitud el valor
de la dignidad humana haciéndonos hermanos y adentrándonos en el misterio de la
donación. Esta caridad, corazón de nuestra fe y de la propia solemnidad del
Corpus Christi, nos lleva a poner en las manos del Dios, que nos ha amado tanto
que nos ha entregado a su propio Hijo, todo lo que somos y lo que tenemos,
especialmente nuestras pobrezas y fragilidades y nos mueve al amor fraterno,
pues “cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante
Dios” (Deus caritas est 16).
Ante el Cuerpo de Cristo
tomamos conciencia de que es tiempo de potenciar la capilaridad en los pueblos,
barrios y ciudades para cuidar y acompañar tanto sufrimiento. Así nos exhorta
el papa Francisco: El servicio es, “en gran parte, cuidar la fragilidad. Servir
significa cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de
nuestro pueblo […] El servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su
carne, siente su projimidad y hasta en algunos casos la «padece» y busca la
promoción del hermano” (Fratelli tutti 115).
Fraternidad
La pandemia está dejando tras
de sí muchas vidas rotas y profundas heridas que, sin embargo, están siendo
cicatrizadas gracias al fomento de los lazos de colaboración, ayuda mutua y
redes comunitarias que brotan de la fraternidad en una comunidad que sostiene.
“He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa
aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente […] Se necesita una comunidad
que lo sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar
hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos!” (Fratelli tutti 8).
De estas palabras del Papa
son testigos, durante las veinticuatro horas del día, los discípulos misioneros
de Jesucristo en Cáritas, las personas que hacen posible el servicio de la
caridad en las parroquias o en otras instituciones caritativas de la Iglesia.
Los obispos reconocemos y
agradecemos este servicio generoso, al tiempo que animamos a que sean muchos
más los cristianos que se comprometan con los más pobres y excluidos de nuestra
sociedad. Cáritas, con sus trabajadores y equipos de voluntarios, hace cada
mañana que las fronteras y los muros se concreten en la dimensión universal de
la caridad: “Al amor no le importa si el hermano herido es de aquí o es de
allá. Porque es el amor que rompe las cadenas que nos aíslan y separan,
tendiendo puentes; amor que nos permite construir una gran familia donde todos
podamos sentirnos en casa […] Amor que sabe de compasión y de dignidad”
(Fratelli tutti 62).
Creemos en el Dios que se
hace carne y se presenta como compañero de viaje. Él atraviesa la vida de cada
pueblo, ciudad, hospital, escuela o centro de trabajo. Y lo hace por medio de
sus discípulos, de los pobres y víctimas de esta crisis. Aunque este año no
salgamos por las calles acompañando al Señor sacramentado en procesión,
proclamemos nuestra fe y hagamos de nuestras parroquias, comunidades, oratorios
y de nosotros mismos, custodias del Cristo que comulgamos como expresión de
nuestro amor agradecido y fuente de bendición para muchos.
Adoración
En el contexto de esta
pandemia, el día del Corpus Christi, día de la Caridad, el Señor, con su Cuerpo
entregado y su Sangre derramada, nos urge a la esperanza, que “nos habla de una sed, de una aspiración, de
un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que
llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad,
la bondad y la belleza, la justicia y el
amor…la esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de
las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para
abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna. Caminemos en
esperanza” (Fratelli tutti 55).
Hoy, al adorar al Señor en el
Pan Eucarístico, nos adentramos en el dinamismo del gozo, la alegría y la
esperanza que necesita nuestro mundo. Una esperanza que brota de la presencia
de Cristo en el mundo y entre nosotros, de sus salidas a los caminos de este
mundo sufriente por los estragos del coronavirus para convocar a todos a la
alianza del Espíritu.
Santa Teresa de Calcuta, con
su vida entregada a los más pobres y su amor a la adoración del Santísimo,
donde encontraba la fuerza para la caridad, nos enseña algo que ella
experimentaba y alentaba su esperanza: “El fruto del silencio es la oración. El
fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor
es el servicio. El fruto del servicio es la paz”. En las palabras de la Santa
tenemos de modo palpable, una concreción de lo dicho por el Señor: “Conmigo lo
hicisteis”.
Hoy al adorar el cuerpo
sacramental, nacido de la Virgen María, se aviva el dinamismo de nuestra fe,
amor y esperanza; nos adentramos en la verdad y la novedad del testimonio
apostólico que encuentra ánimo en las palabras del apóstol San Pablo: “Sed,
pues, imitadores de Dios como hijos suyos muy queridos. Y haced del amor la
norma de vuestra vida, a imitación de Cristo que nos amó y se entregó a sí
mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio de suave olor a Dios” (Ef. 5,
1-5).
Nos ponemos en las manos de la Sagrada
Familia de Nazaret, Jesús, María y José, en ese hogar donde se fraguaba cada
día la caridad, con pensamientos, palabras y obras y pedimos al Señor que nos
encuentre dignos de su presencia por haber hecho con nuestro prójimo ejercicio
creíble de la caridad.
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