En la primera lectura, la afirmación "Dios no hizo la muerte" distingue la muerte natural, marcada por la finitud de la existencia, de la muerte no natural, que la
muerte a la vida de la divina
causada por el pecado.
Jesús se manifiesta en el largo Evangelio de hoy como el que da la vida, tanto en la curación de la
hemorroísa como en la resurrección de la hija de
Jairo.
Hay que fijarse en el itinerario de fe ya sea del padre de la niña como de la mujer hemorroisa, y por ello no es aconsejable la lectura breve: los
relatos se han transmitido siempre juntos desde
la redacción del Evangelio.
Los "doce años" de la pequeña son los "doce
años" que la mujer
estaba enferma.
Los tres apóstoles que entran con Jesús en la habitación de la
niña son los representantes de la Iglesia: son los mismos que verán la gloria del Tabor y la agonía de Jesús en
Getsemaní.
La Iglesia, pues, es testimonio
de las obras del Señor.
Jesús devuelve a la vida a la mujer,
liberándola de una enfermedad
vergonzosa y marginante, y devuelve
la niña a sus padres y a la vida, puede
ser ya esposa, con un profundo sentido teológico.
Cuando Jesús entra en la casa de la niña fallecida, los
que lloran con estrépito tienen que
retirarse, porque entra el Señor de la vida.
Que se haya conservado el verbo "talita kum" en arameo
es un indicio de la antigüedad de la narración, remontándola a la tradición
oral, y a las "ipsissima verba Domini".
De la persona de
Cristo, ahora unido a su Cuerpo, la Iglesia, "sale una fuerza".
Los Padres han relacionado esto
con los sacramentos de la Iglesia.
El precioso Salmo que, no
olvidemos, se canta en la Noche de
Pascua, representa a la Iglesia,
Esposa de Cristo, que proclama: "Te
ensalzaré, Señor, porque me has librado".
El Señor, por su Pascua, ha
cambiado el luto por la muerte, las plañideras de la casa de Jairo, en danzas
de vida.
El luto del Gran Sábado de la
sepultura del Señor, en el gozo desbordante del día de la
Resurrección.
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