"Lauda, Sion, Salvatorem".
La nueva Sión, Jerusalén espiritual, donde se reúnen los hijos e hijas de Dios de todos los pueblos, lenguas y culturas, alaba al Salvador con himnos y cantos, "cum hymnis et canticis".
En efecto, son inagotables el estupor y la gratitud de la Iglesia por el don de la Eucaristía.
Este don supera toda alabanza: "Jamás podrás alabarle lo bastante" (Secuencia del Corpus).
La bellísima antífona del "Magnificat" de las II Vísperas expresa admirablemente el misterio eucarístico: "O sacrum convivium in quo Christus sumitur; recolitur memoria passionis eius, mens impletur gratia, et futurae gloriae nobis pignus datur".Cada vez que nos reunimos para celebrar la Eucaristía "proclamamos la muerte del Señor hasta que vuelva", "donec venies".
El fruto precioso es la unidad del Cuerpo místico: "la Eucaristía hace la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía".
Ciertamente, sin el Bautismo y la Eucaristía, la Iglesia no sería.
En la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber: Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo por su carne, que da la vida a los hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo.
Reclamamos la atención sobre el segundo responsorio del Oficio: "V. Reconoced en el pan al mismo que pendió en la cruz; reconoced en el cáliz la sangre que brotó de su costado. Tomad, pues, y comed el cuerpo de Cristo; tomad y bebed su sangre. Sois ya miembros de Cristo.
R. Comed el vínculo que os mantiene unidos, no sea que os disgreguéis; bebed el precio de vuestra redención, no sea que os despreciéis».
En el Ciclo B las lecturas de la solemnidad son una intensa referencia al misterio del Cáliz y de la Preciosísima Sangre del Señor.
En el Evangelio, la narración de la institución de la Eucaristía según Marcos.
El Señor, como a los discípulos, nos encarga una cierta preparación de la mesa eucarística, pero el protagonista es Él.
Es Jesús quien realiza lo completamente imprevisible y grandioso, toma pan ordinario y dice: "Este es mi cuerpo". Y aún más incomprensible que lo primero, toma el cáliz, y dice: "Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por muchos".
Anticipa así el derramamiento de la Sangre en la Cruz.
Remite
al origen de la primera alianza en el Sinaí, tal como escuchamos en la primera
lectura.
La antigua alianza se consuma cuando el mediador definitivo aparece ante el Padre "con su propia sangre".
Así expía los pecados de la humanidad y sella una Alianza nueva.
El derramamiento de sangre de los sacrificios, presente en todo el Antiguo Testamento, culmina y se realiza en Él "en virtud del Espíritu eterno" (Hb 9,14).
El Salmo confirma que las lecturas versan en este ciclo sobre el misterio del Cáliz.
Así, la Iglesia canta: "Alzaré la copa de la salvación, invocando tu nombre".
Un detalle precioso de la actualización sacramental se encuentra en el Canon romano, cuando en las palabras previas a la consagración del cáliz se dice: "Del mismo modo, acabada la cena, tomo este cáliz glorioso" "praeclarum calicem".
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