A los habitantes de Nazaret les supera la persona de Jesús, sus obras y sus enseñanzas.
Esto provoca
un escándalo entre ellos y
la objeción: "¿No es este el carpintero?"
Es de notar que, en el Evangelio de Marcos,
Jesús no es conocido como el "hijo del carpintero", sino él mismo, "carpintero".
Hasta
cinco preguntas plantean.
Les era increíble e inadmisible su persona.
Ellos
sabían los orígenes humanos de Jesús,
pero no sabían su origen divino: no podían
comprender que era la manifestación de la Sabiduría de Dios.
Sabían los límites
humanos de su persona y querían marcar límites
a su ministerio: "se escandalizaban
a cuenta de Él".
Sin la fe, nada puede
hacer Jesús para sus
coetáneos.
Lo mismo
que experimentó el profeta Ezequiel, y como él todos los profetes, en la primera
lectura.
Los misioneros
cristianos deberán experimentar esta
situación.
El éxito
no es ni de lejos lo decisivo: "Te hagan caso o no te hagan caso (...) reconocerán que hubo un profeta en medio de ellos".
En este sentido, la segunda lectura completa todo el contenido del Evangelio: nos basta la gracia de Dios.
De
hecho, la única confianza realmente
cristiana es la que permanece
arraigada en la misericordia de Dios,
como canta el Salmo.
La
asamblea cristiana canta gozosa en la I Antífona de comunión: "Gustad y ved qué bueno es el Señor".
La
comunión eucarística realiza esta
presencia del Señor entre nosotros.
En la
perícopa evangélica hay una perla: los habitantes de Nazaret conocen a Jesús como "el hijo de
María", como si dijesen
"el hijo de una vecina del pueblo".
Seguramente
ella debía estar en la sinagoga, a su vez asombrada por lo que sucedía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario