El apóstol Pablo, en la segunda lectura, proclama que la fe de los
cristianos es la Resurrección de Cristo,m
"Fides christianorum resurrectio Christi est".
San Agustín comenta el texto con las palabras: "Pregunta a un pagano si fue crucificado Cristo. Te responderá: «Ciertamente». Pregúntale si resucitó y te lo negará. Pregunta a un judío
si fue crucificado y te confesará el crimen de sus antepasados. Pregúntale,
empero, si resucitó de entre los muertos; lo negará, se reirá y te acusará. Somos diferentes... Si nos distinguimos en la fe, diferenciémonos, del mismo modo, en las costumbres, en las obras,
inflamándonos por la caridad" (Sermón 234,3).
La Cuaresma nos exige preparar la Pascua del Señor y se nos entregan los
instrumentos cuaresmales: "la oración, el ayuno, el amor fraterno".
Con estos remos navega la barca de la Iglesia en la travesía cuaresmal hasta el puerto de la Pascua.
La Cuaresma es esencialmente catecumenal y penitencial.
Tiempo perfectivo de la vida cristiana.
Tiempo de preparar la profesión de fe para la renovación del Bautismo en la noche de
Pascua, y tiempo de regreso a Dios, del que
nos alejamos por el pecado.
Son los caminos de la gracia.
Caminos que no transitamos solos, vamos
con los hermanos, con toda la Iglesia.
Esto es lo que suplicamos en la oración colecta de este primer
Domingo.
Misa: Gén 2, 7-9;
3, 1-7; Sal 50, 3-4. 5-6ab. 12-13. 14 y 17; Rom 5, 12-19; (o bien, más breve:
Rom 5,
12.17-19); Mt 4,1-11
Domingo de las tentaciones del Señor.
El Leccionario dominical durante el tiempo de Cuaresma en el ciclo
A es paradigmático.
Refleja la más antigua tradición
litúrgica y manifiesta claramente como éste es un "tiempo fuerte",
de intensa preparación tanto para los fieles como para los catecúmenos.
Unos y otros recibirán
la iluminación pascual.
Las primeras lecturas evocan
las alianzas divinas.
Las segundas lecturas son
fragmentos de la carta a los Romanos, excepto el Domingo II que es la Segunda
carta a Timoteo,
y el Domin- go IV que pertenece a la carta a los Efesios: son textos
escogidos, relevantes y que ilustran ya sea la primera lectura o el Evangelio.
La importancia del ciclo A se
hace patente por su obligatoriedad cuando hay catecúmenos que preparan el Bautismo y en el hecho
de que puede emplearse siempre.
Los otros dos ciclos, B y C,
son, por decirlo así, opcionales.
En este primer Domingo
cuaresmal escuchamos en la primera lectura el "relato
de los orígenes".
El pecado de Adán está en el
origen de la redención cristiana.
El pecado original permanece,
pero al margen de lo incomprensible: urge excluir todo el revestimiento
mitológico y entender que, desde el principio, la persona humana hace un mal
uso de su libertad.
Una libertad creada: Dios no fosiliza al hombre ni a la mujer en el
bien, pues entonces no serían libres.
Dios sabía que la persona caería,
y cae aún en la tentación de "ser como Dios".
El ser humano, cuando sucumbe a
las sugestiones del Maligno, pierde el gusto y el conocimiento para hacer el
bien.
Se da cuenta de su desnudez
cuando ha pecado,
y queda excluido del paraíso
de Dios.
Jesús es el nuevo Adán que en el desierto vence la tentación en nombre de la
humanidad, por la que se ha encarnado.
Ninguna tentación ha sido más
auténtica, más grave ni más decisiva para el destino del mundo que la suya.
En este sentido, las tentaciones
de Jesús no son únicamente "ejemplares", sino principalmente
son una acción salvífica: ¿Qué habría sido de la humanidad
si Jesús hubiese sucumbido a la tentación?
El cristiano, durante la
Cuaresma, entra en el desierto.
Allí, a veces, "al fin siente hambre", del hambre del Dios
vivo y cansado de su silencio, y en Cristo,
nunca sin Cristo, supera la fascinación y el engaño, frutos de la concupiscencia del
tener y del po- der, de tentar a Dios.
San Pablo, en la carta a los Romanos,
ilumina una y otra lectura con
la doctrina de Jesús como "nuevo Adán".
No hay comparación entre el viejo Adán y el nuevo Adán: sólo la obediencia del Hijo de
Dios perdona la desobediencia de todos.
En el Salmo se escucha la voz de la Iglesia que, en el "Miserere", suplica
el perdón.
En Pascua, el Señor escuchará
su oración y le devolverá
el don de la salvación.
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