Este es un día que nos
enseña a comprender y vivir el misterio litúrgico, proclamando un momento de la
existencia de Cristo y participando por la eucaristía en Él.
Esta solemnidad ha sido
trasferida al domingo 7º de Pascua en muchos lugares desde su día originario,
el jueves de la sexta semana, cuando se cumplen 40 días después de la
Resurrección, conforme al relato de San Lucas en su evangelio y en los Hechos
de los Apóstoles; pero sigue conservando el simbolismo de la cuarentena: cómo
el Pueblo de Dios anduvo cuarenta años en su éxodo de Egipto hasta llegar a la
tierra prometida, así Jesús cumple su éxodo pascual en cuarenta días de
apariciones y enseñanzas hasta ir al Padre. La Ascensión es un momento más del
único Misterio Pascual de la muerte y resurrección de Jesucristo, y expresa
sobre todo la dimensión de exaltación y glorificación de la naturaleza humana
de Jesús como contrapunto a la humillación padecida en el suplicio y la muerte.
Este es un día que nos
enseña a comprender y vivir el misterio litúrgico, proclamando un momento de la
existencia de Cristo y participando por la eucaristía en Él, "en quien
nuestra naturaleza humana ha sido tan extraordinariamente enaltecida que
participa de su misma gloria".
Sagrada
Escritura:
Primera: Hch 1-1-11
Salmo 46
Segunda: Ef 1,17-23
Evangelio: Mt 28, 16-20
Esta afirmación de los
Hechos de los apóstoles nos ofrece una síntesis profunda de la liturgia en la
solemnidad de la Ascensión. Jesús sube al cielo con su cuerpo glorificado. Deja
a los apóstoles una misión clara y comprometedora: Id y haced discípulos a
todos los pueblos.
Se trata de ir hasta los
confines de la tierra para que resuene el pregón de Dios. Se trata de anunciar
sin descanso cuál es la altura, la anchura y la profundidad del amor de Dios,
que se ha manifestado en Cristo Jesús. El apóstol será pues el hombre del “amor
más grande”. El hombre consciente de que el Señor, que hoy asciende entre
aclamaciones, volverá. ¡Volverá sin falta y lleno de Gloria! Así pues, se trata
en último término de comprender cuál es la esperanza a la que hemos sido
llamados, comprender cuál es la herencia que Dios prepara a los que lo aman.
Esta solemnidad de la
Ascensión es pues un momento magnífico para examinar nuestro peregrinar en la
vida, considerar que el Señor volverá para tomarnos consigo y que, por lo
tanto, hay que reemprender con entusiasmo nuestras tareas cotidianas
recuperando en ellas el valor de eternidad.
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