Virgen
y Madre María,
tú
que, movida por el Espíritu,
en
la profundidad de tu humilde fe,
totalmente
entregada al Eterno,
ayúdanos
a decir nuestro «sí»
ante
la urgencia, más imperiosa que nunca,
de
hacer resonar la Buena Noticia de Jesús.
Tú,
llena de la presencia de Cristo,
llevaste
la alegría a Juan el Bautista,
haciéndolo
exultar en el seno de su madre.
Tú,
estremecida de gozo,
cantaste
las maravillas del Señor.
Tú,
que estuviste plantada ante la cruz
con
una fe inquebrantable
y
recibiste el alegre consuelo de la resurrección,
recogiste
a los discípulos en la espera del Espíritu
para
que naciera la Iglesia evangelizadora.
Consíguenos
ahora un nuevo ardor de resucitados
para
llevar a todos el Evangelio de la vida
que
vence a la muerte.
Danos
la santa audacia de buscar nuevos caminos
para
que llegue a todos
el
don de la belleza que no se apaga.
Tú,
Virgen de la escucha y la contemplación,
madre
del amor, esposa de las bodas eternas,
intercede
por la Iglesia, de la cual eres el icono purísimo,
para
que ella nunca se encierre ni se detenga
en
su pasión por instaurar el Reino.
Estrella
de la nueva evangelización,
ayúdanos
a resplandecer en el testimonio de la comunión,
del
servicio, de la fe ardiente y generosa,
de
la justicia y el amor a los pobres,
para
que la alegría del Evangelio
llegue
hasta los confines de la tierra
y
ninguna periferia se prive de su luz.
Madre
del Evangelio viviente,
manantial
de alegría para los pequeños,
ruega
por nosotros.
Amén.
Aleluya.
PAPA
FRANCISCO
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