Una tradición antiquísima
atribuye a Leví, hijo de Alfeo, también de apodo Mateo, la autoría del primer
Evangelio.
De hecho, los críticos más entendidos saben que la Iglesia primera de Jerusalén tenía escritos en lengua hebrea, hacia el año 35 dC y siguientes, con palabras y hechos del Señor.
Más tarde se confeccionó el
Evangelio según San Mateo que conocemos ahora, en uso ya antes del 65 dC.
El Evangelio es obra de
alguien versado en las Escrituras y destinado, sin ninguna duda, a cristianos
procedentes de la fe de Israel.
En el Evangelio aparecen los verbos de la divina vocación: Jesús "pasó, vio y llamó".
En este caso, las dos
últimas acciones recaen sobre la persona del publicano Leví, Mateo.
Jesús lo llamó a formar
parte del grupo de los Doce.
Lo decisivo no es un
pecador perdonado, sino un pecador llamado a ser apóstol: éste es realmente un
gesto divino, grandioso en misericordia y confianza.
Mateo es un nombre
"teofórico" que significa precisamente "don de Dios".
El perdón de Dios está en
el inicio de todas las posibilidades de la vida, mucho más aún en la vida de la
Iglesia.
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