VIRGEN Y DOCTORA DE LA IGLESIA
En un Carmelo frío y poco
soleado de Normandía, en Lisieux, moría tal día como hoy del año 1897, Thérèse
de l’Enfant Jésus de la Sainte Face.
Tenía veinticuatro años y si por obediencia no hubiese escrito los "Manuscritos autobiográficos", donde narra sus recuerdos familiares y su itinerario espiritual, a buen seguro hubiera permanecido en el anonimato más absoluto.
La recopilación de aquellos
sus escritos, titulados entonces "Historia de un alma", se divulgó
extraordinariamente y fue traducido a muchos idiomas.
Conservamos parte de su
epistolario y poesías, himnos y recreaciones piadosas, pequeñas obres teatrales
que escribía como obsequio para las hermanas religiosas en diversas efemérides
y celebraciones comunitarias.
Santa Teresita, como se la
conoce familiarmente en nuestras tierras, nos enseña el "Caminito de la
infancia espiritual", esto es: el de la confianza ilimitada, llena de
audacia amorosa, en el Padre del cielo, y el del gran valor de las cosas de
cada día, del momento presente.
"Sólo tengo hoy para amarte, Señor", leemos en una de sus poesías (PN 5, 1 de junio 1894).
En ella todo es simple y
realista: la vida, la oración, la caridad.
Von Balthasar no dudará en
sostener que su vida fue una "existencia teològica".
Minada por una terrible
tuberculosis, inmersa en la "noche de la fe", llena de sufrimientos,
con una caridad escondida y heroica, rodeada de sus hermanas de comunidad,
murió apretando fuertemente entre sus manos el crucifijo de su profesión
religiosa.
Sus últimas palabras
fueron, mirándolo: "Je l’aime, oh mon Dieu, je vous aime".
Así se consumió y fue toda
su vida: una "Ofrenda al amor misericordioso de Dios" (título de una
oración suya conocida y recitada mundialmente).
En su última carta había
escrito: "No muero, entro en la vida".
Sus hermanas de comunidad
se dan cuenta entonces que han convivido con una santa: a raíz de la
publicación de sus escritos, se sucede "el huracán de gloria".
Soldados de la I gran
guerra llevan una estampa o medallas suyas en el campo de batalla, tanta es su
irradiación espiritual y la certeza de su protección desde el Cielo, con su
promesa de una "lluvia de rosas".
Pío XI la llamó
"Estrella de mi pontificada" y la canonizó en 1925.
Es Patrona de las misiones,
sin haber salido nunca de la clausura, y Doctora de la Iglesia, san Juan Pablo
II le concedió el título de "Doctor amoris".
Para una incontable
multitud de personas, creyentes o no, Teresa del Niño Jesús es una amiga, una
hermana: muchas de ellas viven la fe acompañadas por su presencia fraterna y su
guía interior.
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