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jueves, 1 de octubre de 2020

SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS

VIRGEN Y DOCTORA DE LA IGLESIA

 

En un Carmelo frío y poco soleado de Normandía, en Lisieux, moría tal día como hoy del año 1897, Thérèse de l’Enfant Jésus de la Sainte Face.


Tenía veinticuatro años y si por obediencia no hubiese escrito los "Manuscritos autobiográficos", donde narra sus recuerdos familiares y su itinerario espiritual, a buen seguro hubiera permanecido en el anonimato más absoluto.

 

La recopilación de aquellos sus escritos, titulados entonces "Historia de un alma", se divulgó extraordinariamente y fue traducido a muchos idiomas.

 

Conservamos parte de su epistolario y poesías, himnos y recreaciones piadosas, pequeñas obres teatrales que escribía como obsequio para las hermanas religiosas en diversas efemérides y celebraciones comunitarias.

 

Santa Teresita, como se la conoce familiarmente en nuestras tierras, nos enseña el "Caminito de la infancia espiritual", esto es: el de la confianza ilimitada, llena de audacia amorosa, en el Padre del cielo, y el del gran valor de las cosas de cada día, del  momento presente.

 

"Sólo tengo hoy para amarte, Señor", leemos en una de sus poesías (PN 5, 1 de junio 1894).

 

En ella todo es simple y realista: la vida, la oración, la caridad.

 

Von Balthasar no dudará en sostener que su vida fue una "existencia teològica".

 

Minada por una terrible tuberculosis, inmersa en la "noche de la fe", llena de sufrimientos, con una caridad escondida y heroica, rodeada de sus hermanas de comunidad, murió apretando fuertemente entre sus manos el crucifijo de su profesión religiosa.

 

Sus últimas palabras fueron, mirándolo: "Je l’aime, oh mon Dieu, je vous aime".

 

Así se consumió y fue toda su vida: una "Ofrenda al amor misericordioso de Dios" (título de una oración suya conocida y recitada mundialmente).

 

En su última carta había escrito: "No muero, entro en la vida".

 

Sus hermanas de comunidad se dan cuenta entonces que han convivido con una santa: a raíz de la publicación de sus escritos, se sucede "el huracán de gloria".

 

Soldados de la I gran guerra llevan una estampa o medallas suyas en el campo de batalla, tanta es su irradiación espiritual y la certeza de su protección desde el Cielo, con su promesa de una "lluvia de rosas".

 

Pío XI la llamó "Estrella de mi pontificada" y la canonizó en 1925.

 

Es Patrona de las misiones, sin haber salido nunca de la clausura, y Doctora de la Iglesia, san Juan Pablo II le concedió el título de "Doctor amoris".

 

Para una incontable multitud de personas, creyentes o no, Teresa del Niño Jesús es una amiga, una hermana: muchas de ellas viven la fe acompañadas por su presencia fraterna y su guía interior.

 

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