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martes, 9 de agosto de 2016

COMENTARIOS AL SALMO 47


SALMOS DE JERUSALÉN



Si el Salmo 44 es el canto a la belleza del Señor Resucitado, el Salmo 47 canta la belleza de la ciudad de Dios que es la Iglesia, la terrena y la celestial. Es un canto vibrante, gozoso, a la hermosura de la ciudad de Dios donde habita su gloria. San Agustín escribió en la Ciudad de Dios que en los libros de la Biblia no “hay nada que se refiera sólo a la ciudad terrena, si todo lo que de ella se dice, o lo que ella realiza, simboliza algo que por alegoría se puede referir también a la Jerusalén celestial» (La Ciudad de Dios, XVII,3,2).

Con razón el mismo san Agustín en la Enarración del Salmo 47 predica bellamente:

¿Quieres saber ahora lo que es Sión? Como es sabido, Sión es la ciudad de Dios, ¿cuál es la ciudad de Dios, sino la Santa Iglesia? De hecho, los hombres que se aman mutuamente y aman al Dios que habita en su corazón constituyen la ciudad de Dios. Y así como toda ciudad es gobernada por una ley, la ley de éstos es la caridad. Esta caridad es Dios. En efecto, está escrito con toda claridad: “Dios es caridad”. El que está lleno de caridad, está lleno de Dios, y una multitud de personas llenas de Dios constituyen la ciudad de Dios. Esta ciudad de Dios se llama Sión: por ello la Iglesia es Sión, y Dios es grande en la Iglesia. Permanece en la Iglesia y Dios no estará fuera de ti. Y si Dios habita en ti, perteneciendo tú también a Sión en cuanto miembro y ciudadano de Sión, formando parte de la asamblea del pueblo de Dios, entonces Dios estará en ti, sublime por encima de todos los pueblos” (In Ps 47:7)

Demos gracias con el Salmo al Señor que ha elevado la Iglesia en medio de la historia. Es la ciudad inexpugnable porque tiene la presencia de Dios, es el centro del mundo y el signo del juicio de las naciones. Es en la Iglesia que recibimos toda la gracia y es dentro de ella que proclamamos la acción de gracias.

El Salmo es una integración de la ciudad santa en la alabanza de Israel. La gloria de Dios se manifiesta en su ciudad y el Salmo es un himno gozoso de admiración de la “ciudad de nuestro Dios”. La belleza de la ciudad, “altura hermosa”, es determinada por la gloria de Dios que mora en ella. La cual es el centro del mundo: “alegría de la toda la tierra”, “altura hermosa, “vértice del cielo y la ciudad del gran rey.

En esta ciudad, ciudad de Dios, resuena la alabanza de su pueblo. En  la expresión: “Grande es el Señor y muy digno de alabanza”, resuena el “Vere dignus”, “En verdad es justo y necesario”, de la Plegaria eucarística, el himno más grande de acción de gracias.

En la tradición de los Padres, tal como hemos visto en san Agustín, la Jerusalén de la tierra es casi un sacramento de la Iglesia: en ella mora Dios, ella es “su monte santo, altura hermosa”, es el vértice donde confluyen el cielo y la tierra.

El Salmo es una bellísima evocación de la peregrinación y de la ascensión de todos los pueblos hacia la ciudad de Dios. Jerusalén es la ciudad del Emmanuel, “El Señor está allí” (Ez 48, 35). Sí, la ciudad de Dios es “altura hermosa, alegría de toda la tierra”, “exsultatio universae terrae. Es tambiénmons sanctus collis speciosus, “monte santo, altura hermosa”, una montaña santa, llena de belleza. Es la ciudad de “Jerusalén, que es la ciudad  del  Gran Rey” (Mt 5,35), “estrado de sus pies” y la ciudad del gran Dios.

Es la Jerusalén del cielo de la visión del Apocalipsis: “Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo” (21,2).

La que canta Pablo en la carta de los Gálatas: “En cambio, la Jerusalén de arriba es libre; y esa es nuestra madre. Pues está escrito: Alégrate, estéril, la que no dabas a luz, rompe a gritar de júbilo, la que no tenías dolores de parto, porque serán muchos los hijos de la abandonada; más que los de la que tiene marido” (Ga 4, 26-27).

La Iglesia no es tan solo el vértice del cielo sino de la tierra y el punto de intersección entre ellos. El cielo y la tierra se encuentran en ella por el misterio de Cristo encarnado y glorificado, presente y comunicándose en sus sacramentos. Por eso ha tenido una gran relevancia el verso: “Oh Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo (v.10).

Es en medio del templo, esto es la Iglesia, donde recibimos la Misericordia de Dios manifestada en Cristo. La recibimos plenamente en la celebración de la Eucaristía. No se trata de meditar, sino de recibir esta Misericordia. Es “in ecclesia”, en la Iglesia que recibimos y acogemos la Misericordia de Dios en Cristo y en el Espíritu Santo. Es “in ecclesia que recibimos la Misericordia de Dios revelada en Cristo. Y la primera “ecclesia fue María.

Con razón el Salmo era cantado en el “Ordo Vetus en el segundo nocturno del gran Oficio de la Navidad del Señor con esta antífona transcrita. En la Liturgia de las Horas el Salmo se canta en la Hora intermedia de la solemnidad de la Navidad del Señor, y en Laudes del jueves de la 1ª semana.
Adquiere un sentido más grande el día de la Presentación del Señor, en la fiesta del encuentro de Dios con su pueblo. La humanidad del Señor, el Hijo encarnado, entra en su casa, en el templo, de brazos de María, con la ofrenda de los pobres. Allí el Señor es presentado y ofrecido, el Primogénito de tota la creación, allí es profetizado como gloria de Israel y luz para todos los pueblos, “lumen ad revelationem gentium, et gloriam plebis tuae Israel”, “luz para alumbrar a las naciones y gloria de su pueblo Israel

Mirad: los reyes se aliaron para atacarla juntos (v.5). La gloria de Dios que habita en Jerusalén, la ciudad de Dios, es garantía de su seguridad, es, realmente, una ciudad invencible. Seguramente el verso es una alusión histórica a la fallida incursión de los asirios para tomar Jerusalén: “Aquella misma noche el ángel del Señor avanzó y golpeó en el campamento asirio a ciento ochenta y cinco mil hombres  (2 Re l9, 35).

La ciudad santa aunque la asedien permanece como un baluarte invencible por la presencia de Dios. Los cristianos pensamos enseguida en la promesa de nuestro Señor: “El poder del infierno no la derrotará” (Mt 16,18). En la Iglesia siempre existe la última resistencia del Espíritu Santo, que se manifiesta, por ejemplo, en el martirio. Con razón la Iglesia es como el instrumento de la salvación para toda la humanidad (LG 9).

Dios se manifiesta en el mundo entero, pero para el creyente del Antiguo Testamento se hace presente en Israel y en su lugar de culto, Sión. Templo y arca son el particular estrado de sus pies: “Ensalzad al Señor, Dios nuestro, postraos ante el estrado de sus pies: Él es santo” (Ps 98,5).

Para los cristianos esta ciudad es la Iglesia, la nueva Sión, desde donde resplandece la gloria y fluye la bendición. Con razón en la carta a los Hebreos está escrito: “Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo,  Jerusalén del cielo, a las miríadas de ángeles, a la asamblea festiva de los primogénitos inscritos en el cielo  (12,22).

El Don del Espíritu Santo lo podemos encontrar en este versículo: “como un viento del desierto, que destroza las naves de Tarsis”. Con razón este Salmo se ha utilizado en la solemnidad de Pentecostés con esta antífona: “Factus est repente de caelo sonus advenientis spiritus vehementes”, “De repente, resonó un ruido del cielo, como un viento recio.

Es desde la ciudad de Sión, “ex Sion” que la diestra de Dios, llena de justicia, llega hasta el confín de la tierra.  En estas naves de Tarsís los Padres veían como el paganismo desaparecía por la luz del Evangelio predicado con el impulso, “ruaj”, del Espíritu Santo. Se comprende que secularmente este Salmo era utilizado en el día de Pentecostés. También por el versículo “tu diestra está llena de justicia”, que es el don del Espíritu “digitus Dei”. Desde antiguo que este Salmo se cantaba el día de Pentecostés. No en vano el lugar donde estaban reunidos los apóstoles era en Sión, en la ciudad alta, donde la tradición, antigua y venerable, sitúa la primera iglesia cristiana, la casa de la sala alta, de la Cena y de Pentecostés. Desde allí “como tu nombre, oh Dios, tu alabanza llega al confín de la tierra”, desde allí, también, “tu diestra está llena de justicia”.

Los versículos finales (l3-l5): “Dad la vuelta en torno a Sión, contando sus torreones; fijaos en sus baluartes, observad sus palacios, para poder decirle a la próxima generación: “Éste es el Señor, nuestro Dios”. Él nos guiará por siempre jamás”, son un canto procesional, dirigido a los peregrinos que iban a Jerusalén con motivo de las grandes festividades: “Tres veces al año me has de festejar. Guardarás la fiesta de los Ácimos… Celebrarás también la fiesta de la Siega…, y la fiesta de la Recolección
(Ex 23, l4-l7).

Para nosotros es una contemplación de la santa Madre Iglesia y evocan las palabras del Apocalipsis: “Y me llevó en Espíritu a un monte grande  y elevado, y me mostró la ciudad santa de Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios” (Ap 21,10). La contemplación de la ciudad es un acto de amor a la Iglesia.

Dad la vuelta en torno a Sión, contando sus torreones; fijaos en sus baluartes, observad sus palacios”. Algunos Padres ven también en estas torres y baluartes que rodean y defienden la ciudad a los santos que protegen a la Iglesia con su intercesión, otros la predicación apostólica.  Por eso la Iglesia Madre: “su monte santo, alegría de toda la tierra: el monte Sión, vértice del cielo” y todas las Iglesias locales: “las ciudades de Judá se gozan”.

La presencia de Dios en la ciudad se transmite de generación en generación, para poder decir a la otra generación que “Dios es nuestro Dios” y que somos un pueblo que camina hacia la ciudad de Dios. En este largo e incesante peregrinaje de los creyentes nos acompaña siempre el mismo Señor: “éste es el Señor, nuestro Dios. Él nos guiará por siempre jamás”. Si Dios habita en esta ciudad, también la ciudad “por siempre jamás” entra en la eternidad de Dios, “in saecula”.

No hay que ver en este canto lírico de la firmeza de la ciudad, como un triunfalismo de las instituciones de la Iglesia. Hemos ver que la Iglesia es la ciudad del Señor, es suya, sólo Él le da consistencia. A nosotros sólo se nos pide fidelidad a la alianza y la capacidad de acoger siempre la Misericordia de Dios, el Verbo con el Espíritu, en nuestra vida, dentro del misterio de la Iglesia, nuestra madre.

Dios nunca abandona su ciudad, su Iglesia, porqué Él mismo la ha fundado, con su Muerte y su Resurrección. El misterio de la Iglesia, como la ciudad de Dios, alegría de toda la tierra, nos llena a nosotros de gozo. Somos hijos  “de la ciudad de nuestro Dios”. Cuando el Señor vuelva verdaderamente y manifiestamente la Iglesia será  “alegría de toda la tierra”.

En el Salterio frecuentemente el Salmo se aplica a la María, ella es la ciudad mística, donde Dios se hizo carne. Por esta razón el Salmo entra en lo que se llama el Salterio Mariano, es decir la serie de Salmos escogidos que la tradición aplica a la Madre de Dios. Ella es también la muralla que circunda la ciudad y san Efrén aplica la antiquísima oración “Sub tuum praesidium”,Bajo tu protección nos acogemos, santa Madre de Dios” con el versículo del Salmo.

Salmo 47 – Himno a la gloria de Dios en Jerusalén

Ant. Grande es el Señor y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios.

Grande es el Señor y muy digno de alabanza
en la ciudad de nuestro Dios,
su monte santo, altura hermosa,
alegría de toda la tierra:

el monte Sión, vértice del cielo,
ciudad del gran rey;
entre sus palacios,
Dios descuella como un alcázar.
Mirad: los reyes se aliaron
para atacarla juntos;
pero, al verla, quedaron aterrados
y huyeron despavoridos;

allí los agarró un temblor
y dolores como de parto;
como un viento del desierto,
que destroza las naves de Tarsis.

Lo que habíamos oído lo hemos visto
en la ciudad del Señor de los ejércitos,
en la ciudad de nuestro Dios:
que Dios la ha fundado para sie

Oh Dios, meditamos tu misericordia
en medio de tu templo:
como tu renombre, oh Dios, tu alabanza
llega al confín de la tierra;
tu diestra está llena de justicia:
el monte Sión se alegra,
las ciudades de Judá se gozan
con tus sentencias.

Dad la vuelta en torno a Sión,
contando sus torreones;
fijaos en sus baluartes,
observad sus palacios,

para poder decirle a la próxima generación:
«Este es el Señor, nuestro Dios.»
Él nos guiará por siempre jamás.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Grande es el Señor y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios.

Dios, todopoderoso y eterno, que en el Cuerpo de tu Hijo Resucitado nos has dado el verdadero Templo, no construido por manos humanes. Que la Iglesia, nueva Sión, nueva ciudad construida por piedras vivas, se manifieste con gozo a todo el mundo y sea la montaña donde se rompan las fuerzas del mal. Y también sea la casa amada y venerada por todos sus hijos, donde recibimos tu amor y cantamos tus alabanzas por los siglos de los siglos. Amén.


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