RECORDAR A TODOS, TAMBIÉN
A AQUELLOS QUE NADIE RECUERDA
En
la Solemnidad de Todos los Fieles Difuntos, el Papa Francisco rezó el Ángelus
dominical junto a miles de fieles romanos y peregrinos procedentes de Italia y
de diversos países que se dieron cita en la Plaza de San Pedro para escuchar
sus palabras y recibir su bendición.
Texto
completo de la alocución del Papa antes del Ángelus dominical
http://media02.radiovaticana.va/audio/audio2/mp3/00451431.mp3
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Ayer
hemos celebrado la Solemnidad de Todos los Santos y hoy la liturgia nos invita
a conmemorar a los fieles difuntos. Estas dos solemnidades están íntimamente
vinculadas entre ellas, así como la alegría y las lágrimas encuentran en
Jesucristo una síntesis que es fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza.
Por
una parte, en efecto, la Iglesia, peregrina en la historia se alegra por la
intercesión de los Santos y de los Beatos que la sostienen en la misión de
anunciar el Evangelio; por otra, ella, como Jesús, comparte el llanto de quien
sufre la separación de las personas queridas y, como Él y gracias a Él hace
resonar el agradecimiento al Padre que nos ha liberado del dominio del pecado y
de la muerte.
Entre
ayer y hoy tantos visitan el cementerio que, como dice esta misma palabra, es
“lugar de reposo”, en espera del despertar final. ¡Es bello pensar que será
Jesús mismo a despertanos! Jesús mismo ha revelado que la muerte del cuerpo es
como un sueño del cual Él nos despierta. Con esta fe nos detenemos, también
espiritualmente, ante las tumbas de nuestros seres queridos, de cuantos nos han
querido y nos han hecho el bien.
Pero
hoy estamos llamados a recordar a todos, también aquellos que nadie recuerda.
Recordemos a las víctimas de las guerras y de las violencias, a tantos
“pequeños” del mundo aplastados por el hambre y por la miseria. Recordemos a
los anónimos que reposan en el osario común. Recordemos a los hermanos y las
hermanas asesinados por ser cristianos; y a cuantos han sacrificado su vida por
servir a los demás. Confiemos al Señor especialmente a cuantos nos han dejado
en el curso de este último año.
La
tradición de la Iglesia ha exhortado siempre a rezar por los difuntos, en
particular, ofreciendo por ellos la Celebración Eucarística: esa es la mejor
ayuda espiritual que nosotros podemos dar a sus ánimas, particularmente a
aquellas más abandonadas. El fundamento de la oración de sufragio se encuentra
en la comunión del Cuerpo Místico. Como ratifica el Concilio Vaticano II, “la
Iglesia peregrinante sobre la tierra, bien consciente de esta comunión de todo
el Cuerpo Místico de nuestro Señor Jesucristo, hasta los primeros tiempos de la
religión cristiana, ha cultivado con gran piedad la memoria de los difuntos”
(Lumen Gentium, 50).
El
recuerdo de los difuntos, el cuidado de los sepulcros y los sufragios, son testimonio
de una confiada esperanza, radicada en la certeza de que la muerte no es la
última palabra sobre el destino humano, porque
el hombre está destinado a una vida sin límites, que tiene su raíz y su
cumplimiento en Dios.
A
Dios dirigimos esta oración:
“Dios
de infinita misericordia, confiamos a tu inmensa bondad a cuantos han dejado
este mundo por la eternidad, donde tu esperas a la humanidad entera, redimida
por la sangre preciosa de Cristo, tu Hijo, muerto en rescate de nuestros
pecados.
No
mires, Señor, las tantas pobrezas, miserias y debilidades humanas, cuando nos
presentaremos ante tu tribunal, para ser juzgados por la felicidad o la
condena.
Dirige
hacia nosotros tu mirada piadosa, que nace de la ternura de tu corazón y
ayúdanos a caminar en el camino de una completa purificación. Ninguno de tus
hijos se pierda en el fuego eterno del infierno, donde no puede haber más
arrepentimiento.
Te
encomendamos Señor las almas de nuestros seres queridos, de las personas que
han muerto sin el consuelo sacramental o no han podido arrepentirse ni siquiera
al final de su vida.
Que
nadie tenga temor de encontrarte a Ti, después de la peregrinación terrenal, en
la esperanza de ser acogido en los brazos de tu infinita misericordia.
Que
la hermana muerte corporal nos encuentre vigilantes en la oración y llenos de
todo bien cumplido en el curso de nuestra breve o larga existencia. Señor, que
nada nos aleje de Ti en esta tierra, sino que todo y todos nos sostengan en el
ardiente anhelo de reposar serena y eternamente en Ti. Amén.” (P. Antonio
Rungi, pasionista, Oración de los difuntos).
Con
esta fe en el destino supremo del hombre, nos dirigimos ahora a la Virgen, que
ha sufrido bajo la Cruz el drama de la muerte de Cristo y ha participado
después en la alegría de su resurrección. Nos ayude Ella, Puerta del cielo, a
comprender siempre más el valor de la oración de sufragio por los difuntos. Nos
sostenga en la cotidiana peregrinación sobre la tierra y nos ayude a no perder
jamás de vista la meta última de la vida que es el Paraíso. Y con esta
esperanza que no nos defrauda jamás, ¡sigamos adelante!
(Traducción
del italiano: María Cecilia Mutual - RV)
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