La
liturgia del Adviento cristiano comenzó a moldearse en Galia e Hispania ya a
fines del siglo IV y durante el siglo V, como preparación ascética para la
celebración de la Navidad. Aquel preludio de la celebración del nacimiento de
Cristo tenía una duración de tres semanas, que se unían a la preparación de los
bautismos, por entonces administrados en la festividad de la Epifanía. De
hecho, el canon 4 del Primer Concilio de Zaragoza (año 380) señalaba: “Durante
veintiún días, a partir de las XVI calendas de enero (17 de diciembre), no está
permitido a nadie ausentarse de la iglesia, sino que debe acudir a ella
cotidianamente”.
Existen
noticias de que en la Galia, el doctor de la Iglesia Hilario de Poitiers (siglo
IV) invitó a los fieles a prepararse para el Adviento del Señor con tres
semanas de prácticas ascéticas y penitenciales. Ya en el siglo V se practicó
como tiempo de preparación para la Navidad la cuaresma de San Martín, así
llamada por iniciarse el 11 de noviembre, en la festividad de san Martín de
Tours (Patrología Latina 71: 566). En el mismo siglo aparece la asociación del
tiempo de preparación para la Navidad con notas de índole social, vinculando
este período con la práctica del amor al prójimo, con énfasis en los
peregrinos, viudas y pobres:
“En
preparación para la Navidad del Señor, purifiquemos nuestra conciencia de toda
mancha, llenemos sus tesoros con la abundancia de diversos dones, para que sea
santo y glorioso el día en el que los peregrinos sean acogidos, las viudas sean
alimentadas y los pobres sean vestidos”.
(Sermón de san Máximo de Turín, Patrología Latina 57:224.234).
Hay
evidencias de que en la liturgia de la Iglesia de Roma existía a mediados del
siglo VI un tiempo preparativo similar, pero este preludio de la Navidad
carecía de elementos ascéticos tales como el ayuno, y se centraba mucho más en
la alegre espera de la celebración del nacimiento de Jesucristo como anticipo
de la vuelta del Señor glorioso al fin de los tiempos. Se hipotetiza que el
papa Siricio (334-399) pudo instaurar el Adviento. La expresión latina
‘adventus Domini’ («venida del Señor») se encuentra en el Sacramentario
gelasiano (Sacramentarium Gelasianum), que hace referencia al Adviento como un
tiempo de seis semanas preparatorio de la Navidad. Las seis semanas de duración
todavía perduran en el rito ambrosiano. Posteriormente se observaron algunas
oscilaciones (cinco semanas) hasta que el papa Gregorio Magno propuso para el
Adviento una extensión de cuatro semanas, duración que finalmente prevaleció.
Los símbolos:
1.- El desierto, el ámbito donde clama la voz
del Señor a la conversión, donde mejor escuchar sus designios, el lugar
inhóspito que se convertirá en vergel, que florecerá como la flor del narciso.
2.- El camino, signo por excelencia del
adviento, camino que lleva a Belén. Camino a recorrer y camino a preparar al
Señor. Que lo torcido se enderece y que lo escabroso se iguale.
3.- La colina,
símbolo del orgullo, la prepotencia, la vanidad y la “grandeza” de nuestros
cálculos y categorías humanas, que son precisos abajar para la llegada del
Señor.
4.- El valle,
símbolo de nuestro esfuerzo por elevar la esperanza y mantener siempre la
confianza en el Señor. ¡Qué los valles se levanten para que puedan contemplar
al Señor!
5.- El renuevo, el
vástago, que florecerá de su raíz y sobre el que se posará el Espíritu del
Señor.
6.- La pradera,
donde habitarán y pacerán el lobo con el cordero, la pantera con el cabrito, el
novillo y león, mientras los pastoreará un muchacho pequeño.
7.- El silencio,
en el silencio de la noche siempre se manifestó Dios. En el silencio de la
noche resonó para siempre la Palabra de Dios hecha carne. En el silencio de la
noche y de los días del adviento, nos hablará, de nuevo, la Palabra.
8.- El gozo,
sentimiento hondo de alegría, el gozo por el Señor que viene, por el Dios que
se acerca. El gozo de salvarnos salvados. El gozo “porque la vara del opresor,
el yugo de su carga, el bastón de su hombro” son quebrantados como en el día de
Madían; el gozo y la alegría “como gozan al segar, como se alegran al
repartirse el botín”.
9.- La luz, del
pueblo del caminaba en tinieblas, que habitaba en tierras de sombras, y se vio
envuelto en la gran luz del alumbramiento del Señor. Esa luz expresada hoy día
en los símbolos catequéticos y litúrgicos en la corona de adviento, que cada
semana del adviento ve incrementada una luz mientras se aproxima la venida del
Señor.
10.- La paz, la
paz que es el don de los dones del Señor, la plenitud de las promesas y
profecías mesiánicas, el anuncio y certeza de que Quien viene es el Príncipe de
la paz, el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. “De las
espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas”. “¡Qué en sus días florezca
la justicia y la paz abunde eternamente!”
Todos estos lugares, todos estos símbolos, conducirán, como un
peregrinar, al pesebre de Belén, la gran realidad y la gran metáfora del
adviento.
Los personajes
Cuatro son los grandes personajes del adviento en espera, en
preparación y anuncio del Dios que llega, del Señor que se acerca. El primero
de ellos es el profeta Isaías.
En el Nuevo Testamento destacan María
de Nazaret y su esposo José,
y Juan el Bautista,
auténtico prototipo del adviento.
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