San Lucas escribe sobre el nacimiento de Jesús en Belén: “Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando se empadronase todo el Imperio. Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a empadronarse cada cual a su ciudad. Tambien José, por ser de la casa y familia de David, subió de la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que mientras estaban allí, le llegó el tiempo del parto a ella y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada” (Lc. 2, 4-7)
“Unos pastores, que pasaban
la noche al aire libre velando por turno su rebaño, de repente un ángel les
dijo, no temáis, os anuncio una gran noticia que será de gran alegría para todo
el pueblo, hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el
Señor. Y aquí tenéis la señal, encontrareis un niño envuelto en pañales y
acostado en un pesebre. De pronto una legión del ejército celestial, decía
gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”
(Lc. 2, 8-14).
El chiquitín ha venido en medio de la noche callada. En un silencio
total. En una soledad absoluta. Sólo su joven Madre y el bueno de José, a la
luz de una lámpara de aceite, contemplan la carita celestial del recién nacido.
En medio de tanta pobreza y humildad, están gozando como no ha disfrutado hasta
ahora nadie en el mundo.
¡Mi niño!, grita María mientras le estampa enajenada su primer beso...
-¡Qué lindo, qué bello!, exclama extasiado José. Entre tanto --vamos a hablar
así--, Dios no se aguanta más. Tiene prisa por anunciar a todos el nacimiento
de su Hijo hecho hombre, y manda a sus ángeles que lo pregonen bien. Se avanza
un ángel y desvela a los pastores, mientras les grita con alborozo:
- ¡Os anuncio una gran alegría! ¡Os ha nacido en Belén un salvador!
Se rasgan entonces los cielos, aparece todo un ejército de la milicia
celestial, que van cantando por el firmamento estrellado:
- ¡Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres amados
de Dios!...
A este Jesús, le felicitamos de corazón: -¡Cumpleaños feliz! ¡Por
muchos años! ¡Por años y por siglos eternos!...
Hasta aquí, todos de acuerdo, ¿no es así?
Pero, ¿es verdad que nos podemos felicitar también nosotros, y que nos
felicitamos de hecho nuestro propio cumpleaños?... Dos antiguos Doctores de la
Iglesia, y de los más grandes, como son Ambrosio y León Magno, lo expresaron de
la manera más elocuente y precisa.
San Ambrosio exclama en su Liturgia de Navidad:
-¡Hoy celebramos el nacimiento de nuestra salvación! ¡Hoy hemos nacido
todos los salvados!... Tiende su mirada más allá de la Iglesia, y felicita al
mundo entero: -Hoy en Cristo, oh Dios, haces renacer a todo el mundo.
Y el Papa San León Magno, con su elegancia de siempre, dice también:
- ¿Sólo el nacimiento del Redentor? ¡También nuestro propio
nacimiento! El nacimiento de Cristo es el nacimiento de todo el pueblo
cristiano. Cada uno de los cristianos nace en este nacimiento de hoy.
Tiene razón la Iglesia al cantar en uno de los prefacios de Navidad:
-De una humanidad vieja nace un pueblo nuevo y joven... Porque el Hijo
de Dios, al hacerse hombre, nos hace a todos los hombres hijos de Dios. El
nacimiento de Jesucristo en Belén, es nuestro propio nacimiento a la vida
celestial. Es nuestro cumpleaños también. ¡La enhorabuena a todos!...
Una felicitación de la que no es excluido nadie, desde el momento que
todos somos llamados a la salvación. Ese mismo Papa de la antigüedad y Doctor
de la Iglesia, San León Magno, felicita a todos con un párrafo que es célebre:
- ¡Felicitaciones, carísimos, porque ha nacido el Salvador! No cabe la
tristeza cuando nace la vida. Si eres santo, ¡alégrate!, porque tienes encima
tu premio. Si eres pecador, ¡alégrate!, porque se te ofrece el perdón. Si eres
un pagano todavía, ¡alégrate!, porque eres llamado a la vida de Dios.
Este niño, que iba a ser un gran santo, es el símbolo de una realidad
que se repite tantas veces en las familias cristianas. Con nuestra venida al
mundo en el seno de la Iglesia, al recibir el Bautismo, repetimos todos el
hecho de Belén. Cristo nace en un nuevo cristiano. Jesús y nosotros celebramos
nuestro cumpleaños en el mismo día...
¡Felicidades a todos! ¡Felicidades!
Y que repitamos este cumpleaños, el de Jesús y nuestro, por muchas
Navidades más....
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