Es fascinante el trato de amistad con una
persona que nos atrae, y aun en la esquiva, pues en cada rostro te haces
presente, y has querido incluir, para facilitar nuestro encuentro contigo, que
te podamos tratar también bajo las especies de pan y de vino, materia amasada
entrañablemente por manos artesanas de padre y de madre de familias.
En el Ciclo B las lecturas de
la solemnidad son una intesa referencia al misterio del Cáliz y de la
Preciosísima Sangre del Señor.
En el Evangelio la narración de la institución de la Eucaristía
según Marcos, El Señor como, a los discípulos, nos encarga una cierta
preparación de la mesa eucarística, pero el protagonista es Él y sólo Él.
Es Jesús quien realiza lo completamente imprevisible y
grandioso, toma pan ordinario y dice: “Esto es mi cuerpo”. Y aún más
incomprensible que lo primero, toma el cáliz, y dice: “Esta es mi sangre,
sangre de la alianza, derramada por muchos”.
Anticipa así el derramamiento de la sangre en la cruz. Remite al origen de la primera
alianza en el Sinaí, tal como escuchamos en la primera lectura.
La antigua alianza se consuma cuando el Mediador definitivo
aparece ante el Padre “con su propia sangre”. Así expía los pecados de
la humanidad y sella una alianza nueva.
El derramamiento de sangre de los sacrificios, presente en todo el Antiguo Testamento, culmina y se realiza en Él, “en virtud del Espíritu
eterno” (Hb 9,14).
El Señor nos ha dejado su sacrifico no únicamente para recibirlo
sino para actualizarlo sacramentalmente: “Haced esto en memoria mía”.
El Salmo confirma que las lecturas versan en este ciclo sobre el
misterio del Cáliz: y así la Iglesia canta: “Alzaré la copa de la salvación,
invocando tu nombre”.
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