Esta fiesta de la Virgen fue
instituida por Pío XII en 1954, respondiendo a la creencia unánime de toda la
Tradición que ha reconocido desde siempre su dignidad de Reina, por ser Madre
del Rey de reyes y Señor de señores. La coronación de María como Reina de todo
lo creado, que contemplamos en el quinto misterio glorioso del Santo Rosario,
está íntimamente unida a su Asunción al Cielo en cuerpo y alma.
María ha sido elevada sobre
la gloria de todos los santos y coronada de estrellas por su divino Hijo. Está
sentada junto a Él y es Reina y Señora del universo.
María fue elegida para ser
Madre de Dios y ella, sin dudar un momento, aceptó con alegría. Por esta razón,
alcanza tales alturas de gloria. Nadie se le puede comparar ni en virtud ni en
méritos. A Ella le pertenece la corona del Cielo y de la Tierra.
María está sentada en el
Cielo, coronada por toda la eternidad, en un trono junto a su Hijo. Tiene,
entre todos los santos, el mayor poder de intercesión ante su Hijo por ser la
que más cerca está de Él.
La Iglesia la proclama Señora
y Reina de los ángeles y de los santos, de los patriarcas y de los profetas, de
los apóstoles y de los mártires, de los confesores y de las vírgenes. Es Reina
del Cielo y de la Tierra, gloriosa y digna Reina del Universo, a quien podemos
invocar día y noche, no sólo con el dulce nombre de Madre, sino también con el
de Reina, como la saludan en el cielo con alegría y amor los ángeles y todos
los santos.
El reinado de María se
ejerce diariamente en toda la tierra, distribuyendo a manos llenas la gracia y
la misericordia del Señor. A Ella acudimos en cada jornada; pedimos su
protección musitando aquella entrañable Dios te salve, Reina y Madre de
misericordia, vida, dulzura, esperanza nuestra…
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