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domingo, 16 de mayo de 2021

ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Ubicada entre Pascua y Pentecostés, es decir, entre la Resurrección de Cristo y la venida del Espíritu Santo sobre el grupo de apóstoles, la Ascensión sólo puede entenderse en relación con estos dos acontecimientos salvíficos.


La Ascensión es parte del increíble despliegue de la Pascua: por su Muerte y su Resurrección, Cristo salvó al hombre que, después de Él, ahora está llamado a unirse a Dios para vivir en su gloria.

 

Las Iglesias celebran con máxima solemnidad y gozo la liturgia de la glorificación del Señor.

 

Los apóstoles retornaron a Jerusalén llenos de gozo.

 

Es la alegría de saber que Jesús con su humanidad está con el Padre y que Él volverá de la misma manera como le han visto irse, es decir, en la gloria del Espíritu Santo.

 

Se ha marchado, pero ha dejado una promesa: ellos recibirán la fuerza del Espíritu Santo.

 

Por tanto, la Ascensión del Señor no inaugura una ausencia de Jesús, sino una nueva presencia en el Espíritu, en la Iglesia y en sus sacramentos.

 

Un día grandioso, pues "el Señor asciende entre aclamaciones y se sienta en su trono sagrado", Salmó 46: es lo que alegres cantamos con el orante en la Liturgia de hoy, sobrecogidos de asombro.

 

La solemnidad de la Ascensión se origina en Jerusalén en el siglo V y desde los orígenes la lectura de los Hechos está presente en la Liturgia de la Palabra.

 

El relato sirve de introducción a todo el libro, pues la Ascensión del Señor inaugura la historia de la Iglesia.

 

No es el relato del final de la vida de Jesús sobre la tierra sino el punto de partida de una vida nueva en la Iglesia.

 

No se puede contemplar la Ascensión del Señor en la gloria del Padre sin constatar la resonancia misionera del acontecimiento.

 

Ellos serán bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días.

 

Los apóstoles preguntan sobre la restauración de Israel y el Señor les dice que están llamados a ser sus testigos hasta el confín de la tierra.

 

El símbolo de la nube, propio de las grandes teofanías, es una imagen del Espíritu Santo.

 

El Señor ha venido en el Espíritu Santo y volverá en la gloria del mismo Espíritu.

 

Ellos no deben estar mirando al cielo, sino volver a la ciudad para recibir la fuerza del Espíritu Santo, que será la nueva presencia del Señor entre ellos.

 

A Jesús ya no lo verán más con los ojos del cuerpo, sino con los ojos del corazón, segunda lectura.

 

Son los ojos de la fe, "ocula fidei".

 

El Salmo 46, secularmente aplicado al misterio que hoy celebramos, canta la alegría de la Ascensión de Jesús al Padre.

 

El Cristo Resucitado que asciende debe ser alabado por todos: "Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de jubilo".

 

Es una alegría universal.

 

El leccionario propone para la segunda lectura dos textos alternativos.

 

Ambos textos son de la carta a los Efesios.

 

En el primero, opción 1, el apóstol expresa el deseo que Dios ilumine los ojos del corazón para que comprendamos la esperanza que se desprende de la glorificación del Señor y la riqueza de la gloria que da a los santos, Cristo ha sido dado a la Iglesia como cabeza y ella es su cuerpo.

 

Él es la plenitud del que colma todo en todos.

 

En el segundo texto, opción 2, san Pablo hace una exposición de la unidad de la humanidad incorporada a Cristo por la misma fe, el mismo Bautismo y los mismos carismas.

 

Eso es posible porque el Señor ha sido glorificado, ha ascendido a los cielos, y sólo el que subió por encima de los cielos para llenar el universo puede entregar el Espíritu y sus carismas a sus hermanos.

 

Para reforzar su argumentación se sirve de una exégesis particular del Salmo 67, que será precisamente el gran Salmo de la Ascensión y de Pentecostés: "Ascendisti in altum, cepisti captivitatem, accepisti dona in hominibus", "subió a lo alto llevando cautivos y dio dones a los Hombres".

 

El Evangelio de Marcos termina con el texto que se proclama hoy: la última aparición de Cristo Resucitado a la comunidad apostólica.

 

Deberán ir a toda la creación a predicar el Evangelio y la salvación.

 

Se les dice que no siempre encontrarán la fe y que habrá quien se excluya a sí mismo de la salvación por su falta de fe.

 

La profesión de fe y el Bautismo van juntos.

 

Para su misión, y para los que vengan después de ellos, les será dada la asistencia del Espíritu, por  la cual el Maligno será expulsado, recibirán el don de lenguas y el de curación.

 

Esto era lo último que debía conocer la Iglesia. Ahora su misión puede empezar.

 

Serán por la gracia del Espíritu capaces, audaces y vencedores.

 

Habrá siempre una magnífica cooperación entre el Espíritu y la Iglesia: "El Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban".

 

La salvación cristiana está en el centro.

 

Una salvación que la Iglesia predicará y comunicará con los sacramentos.


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